Durante los años de la dictadura de Brasil (1964 a 1985), la valentía, la fuerza vocal, el estilo hippie y la ropa reveladora convirtieron a Gal Costa en un símbolo de desafío para las autoridades militares.
Gal Costa, una de las cantantes más veneradas de Brasil, figura central en el movimiento artístico contracultural Tropicália y que desarrolló su carrera musical durante más de 50 años, murió el pasado 9 de noviembre en Sao Paulo.
En 1969, Caetano Veloso y Gilberto Gil eran los artistas más reconocidos de dicho movimiento cultural, que buscaba debilitar al gobierno militar a través del arte. Cuando ambos tuvieron que huir del país, Costa se aseguró de que su música siguiera vigente.
Fue hija de la revolución sexual, inconformista, antimilitarista, pero también antiguerrillera. Nunca se consideró una cantante de protesta, pese a que en su elección de canciones seguido denunciaba la corrupción política, incluso, en los últimos años, se pronunció en contra de Jair Bolsonaro.
Costa fue una destacada exponente de la música popular, que fusionaba lo regional con ritmos como el jazz y el rock. Su arte tenía tanto que ver con la interpretación como con la música misma. En un Brasil silenciado por el régimen, Costa usó su talento para protestar, para romper las normas impuestas.
La portada del disco India (1973) era un primer plano de su ingle en un bikini, que fue censurada por el gobierno; años antes de que la política del cuerpo entrara en el ámbito institucional o en las redes sociales, Gal mostró su propia versión del feminismo. En Vaca Profana (1984) dedicó temas a la rebelión de la mujer; mientras que en 1994 interpretó “Brasil” en topless como protesta en contra del falso moralismo del país.
“No soy feminista, pero creo que el futuro es femenino”, dijo en una entrevista.
POR MELISSA MORENO
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