COLUMNA INVITADA

El proceso judicial y la paz social: una lección de John Adams

Para cualquier abogado, especialmente uno firmemente comprometido con la causa de los colonos, habría sido impensable aceptar.

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En 1735, en Braintree, Massachusetts, nació John Adams, hijo de granjeros. La posición holgada de la familia y su innegable talento intelectual le permitieron ingresar en 1751 a la prestigiosa Universidad de Harvard y, posteriormente, ejercer como abogado en la ciudad de Boston. En cualquier época, el joven Adams sin duda habría pasado a la historia como uno de tantos juristas de las colonias —quizás uno de los más brillantes— y sus obras serían tal vez analizadas por alumnos de derecho durante sus años universitarios.

Pero la ciudad de Boston en 1770 no era cualquier época. Los agravios sufridos por los colonos a manos de la Corona británica, que se negaba a reconocer su derecho a elegir representantes que aprobaran sus impuestos, habían llegado a un punto álgido a comienzos de ese año, cuando un niño de 11 había muerto a manos de un agente aduanal británico. Menos de dos semanas después, una discusión entre un soldado y un aprendiz terminó por detonar la situación. Una turba había rodeado al soldado y, al intentarlo rescatar, el capitán Thomas Preston, acompañado de otros siete militares se vio envuelto en una confrontación con la población. La turba arrojó rocas, nieve e insultos, los temperamentos se avivaron y cinco colonos resultaron muertos por los ingleses.

Para cualquier abogado, especialmente uno firmemente comprometido con la causa de los colonos, habría sido impensable aceptar. Pero, nuevamente, Adams no era cualquier abogado. Defendió con gallardía al capitán y a los soldados; dos fueron condenados por homicidio imprudencial y el resto exonerados. Frente a lo que hubiera podido ser un hábil cálculo político, prevaleció la convicción de Adams de que todo hombre merecía un juicio justo, y también —¿por qué no decirlo? — la satisfacción de defender un caso impopular, que le costó perder como abogado más de la mitad de sus clientes.

Muchas son las lecciones que la historia puede aprender de un hombre tan excepcional como John Adams: de su claridad y fervor como miembro del Congreso Continental, o de su aplomo y entereza como el segundo presidente de los Estados Unidos de América (1797-1800), pero su papel en la Masacre de Boston guarda una lección oculta tanto para el historiador como para el jurista: defender el debido proceso y las instituciones judiciales puede ser fácil en tiempos serenos y armónicos, pero el hacerlo, como el joven abogado Adams, en tiempos violentos y convulsivos, constituye una labor mucho más ardua, pero por lo mismo más valiosa: la preservación de la paz social y, en síntesis, recordar la obligación que tiene la abogacía  como gremio de proporcionar siempre un defensor aun para cualquier presunto criminal, en las peores circunstancias políticas y sociales, aunque con ello se irrite al poder político.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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