LA ENCERRONA

La involución partidista

Por el bien de la democracia, debemos de repensar los modelos de partidos políticos que queremos y que necesitamos

OPINIÓN

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Adriana Sarur / La Encerrona / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

"Los partidos se parecen tanto unos a otros, que la única manera de distinguirlos es ponerles un color" Rafael Barrett

Sabemos que la democracia va más allá de ser sólo una etimología y un concepto. Es una forma de vida de las sociedades y para su debido funcionamiento es necesario que se involucren varios factores y componentes, tales como gobiernos, liderazgos políticos, instituciones robustas y, por supuesto, partidos políticos. No obstante, este “vehículo clásico” para la democratización pasa por sus días más bajos respecto a la percepción ciudadana, así como al interior de cada una de estas organizaciones.

Si bien la política es tan longeva como las civilizaciones, los partidos políticos no lo son tanto, pues datan de finales de siglo XIX y su estudio se profundiza hasta mediados del siglo XX, y de la misma manera que han cambiado las sociedades, la democracia o la política misma, los partidos políticos también han sufrido mutaciones significativas. Comenzaron siendo una organización de “notables o nobles”, denominados como “partidos de cuadros” ya que estos eran quienes tomaban las decisiones sobre el grupo reducido de ciudadanos existentes en esos tiempos. Posteriormente, junto con el voto universal, llegaron los “partidos políticos de masas”, con una estructura sólida basada en amplias bases de afiliación, algunos mandos medios y, en la parte alta de la pirámide, los liderazgos que guiaban a las masas, enmarcado en altas cargas de ideología.

Pasada la Segunda Guerra Mundial, el sistema internacional se reconfiguró debido a su bipolaridad, el surgimiento del Estado de Bienestar, el incremento de las clases medias socioeconómicas y educativas, la mayor madurez del electorado y el crecimiento de los medios, por lo que el sistema de partidos tuvo que mutar una vez más para estar acorde a las nuevas realidades sociales. Con ello emergió el modelo de partido “catch-all”, con una menor carga ideológica, relaciones permanentes con medios y más peso a la imagen de candidatos, heterogeneidad de afiliados y apertura a grupos de interés establecidos. Poco después surge el modelo de partido cártel, nombrado por Katz y Mair, que se refiere a un partido con vínculos cercanos al Estado, con recursos y medios públicos y que se comporta a manera de un “tentáculo” de los gobiernos en el poder.

Este último modelo de partido político es el que en la actualidad prevalece alrededor del mundo (democrático occidental). Su baja carga ideológica, su poca afiliación, el acceso a recursos y medios públicos y privados, permiten que sea un modelo más versátil, pero a la vez menos representativo ante los ojos de la sociedad. Hoy, si bien observamos que los partidos han mutado de la mano de las sociedades, es una realidad que cada día estas organizaciones políticas no se adaptan a las necesidades de la ciudadanía, por lo que vemos más comúnmente un rechazo generalizado hacia estas instituciones, a todas luces, en decadencia.

Este vacío de representatividad política ha profundizado la porosidad al interior del sistema de partidos y, como resabio, a la democracia, ya que la “fórmula mágica” más reciente de los partidos ha sido postular a personajes “ajenos” (o que se dicen ajenos) a los partidos y se autodenominan “independientes”, “ciudadanos” o cualquier cosa que no los vincule a esos “monstruos” otrora ideológicos, lo que sigue ahondando en la decadencia partidista como un “loop” interminable. Por el bien de la democracia, debemos de repensar los modelos de partidos políticos que queremos y que necesitamos. La democracia exige partidos modernos, cercanos a la gente, técnicos, vigilantes y, sobre todo, que vuelvan a tener la representatividad de la ciudadanía.

POR ADRIANA SARUR
ADRIANASARUR@HOTMAIL.COM
@ASARUR

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