COLUMNA INVITADA

Memoria y olvido

Lo que hace que el cerebro sea mucho más inteligente que la más avanzada computadora es su capacidad de olvidar

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Hay una terrible anécdota que siempre me ha afectado: Carlo Linneo, el taxonomista, olvidó todo, hasta su nombre, presa de un entonces no diagnosticable alzheimer. Quien le puso nombre a todas las especies no las recuerda más.

La definición más actual de memoria es de una riqueza especulativa enorme. Si por ejemplo recuerdo una mañana especial, digamos mi cumpleaños número quince, tengo que hacer un esfuerzo muy particular para saber, por ejemplo, cómo era la casa en la que se encendió y partió el pastel.

Sé que había una lámpara que me fascinó porque tenía un resorte que la hacía pender más cerca o más lejos de la mesa con solo jalarla. Según las más recientes teorías y modelos de la memoria, lo que es mi recuerdo de esa ¿tarde? ¿noche? en Estocolmo consiste en una serie de conexiones neuronales fuertemente enlazadas en las regiones pertinentes de la mente y la predisposición para que la constelación entera se encienda, como el alumbrado público tan pronto oscurece –gracias a reacciones eléctricas y químicas que ocurren dentro del cerebro–, porque una parte del circuito fue estimulada especialmente.

Tal vez porque a) vi una lámpara idéntica a la de mi recuerdo o b) porque quise saber qué estaba haciendo cuando cumplí 15 años, etc. La memoria no reposa en un sólo lugar del cerebro, sino en distintos espacios y que, aún más, permanece por así decirlo dormida si no hay algo que la despierte. La magdalena de Proust, por ejemplo, que le permite recordar su infancia de golpe –los desayunos en casa de su tía en el campo real, no en el Combray de la novela–; algo que está comprobado en la literatura médica gracias al caso de un pintor italiano conocido en neurología como GR quien despertó una mañana habiendo olvidado absolutamente todo: quién era, qué lo había llevado hasta allí.

Después de los estudios pertinentes se detectó que había sufrido esa noche, dormido, un infarto cerebral que dañó severamente su memoria. Dejó de pintar, dejó de hacer lo que había hecho toda su vida porque perdió su identidad. Y es que en realidad GR (quien quiera que sea había perdido su ser, no era nadie, no tenía historia). Dos años después, severamente deprimido, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente para instalarle un marcapaso.

La operación se realizó con anestesia local. En el momento, particularmente difícil, ya preparado y en el quirófano, recordó una operación juvenil, con todos sus componentes y entre esa hora y el día siguiente ese hecho insignificante –su madelaine médica– le regresó su vida, su historia, su ser. GR, aún ahora –la lesión fue severa–, no puede recordar las cosas que hace en el día, o lo que hizo ayer, pero volvió a pintar y ese hecho fortuito le devolvió su identidad.

No recordamos el hecho que ya pasó a ser codificado, es un engram, una especie de impronta neuronal. Sólo podemos recordar el recuerdo –el último recuerdo del recuerdo, por cierto, ya que cada vez se hacen más fuertes los lazos sinápticos que unen las versiones sucesivas que el hecho ha ido construyendo en la memoria–. A nivel celular cada que recuerdo o cuento el recuerdo voy enraizando más profundamente las conexiones dendítricas entre sus componentes haciendo más fuerte esa serie específica de sinápsis, de uniones.

¿Y la pérdida? Lo que hace que esa máquina complejísima que es el cerebro sea mucho más inteligente que la más avanzada computadora es, también, su capacidad para olvidar. Retenemos memorias generales de mi pasado, pero muy pocas memorias episódicas: esas memorias que evidentemente retengo, revisito y fortalezco, esas memorias que pasan a formar parte de la arquitectura de mi mente.

El cerebro es un pedazo de carne. La mente desaparece y solo queda la carne, la grosera materia a la que ya difícilmente podríamos llamar incluso gris. Los especialistas en alzheimer insisten en que su único lado positivo es que en la medida que el paciente olvida sufre mucho menos hasta que incluso deja de sufrir del todo. Lo que era significativo deja paulatinamente de significar y al final, nos explican, nada tiene sentido. El dolor de quienes miran a ese ser que pierde la memoria es, sin embargo, terrible.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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