COLUMNA INVITADA

Lo natural

Mas que el impacto y repercusiones negativas que la pandemia y sus consecuencias han causado, son muchas las enseñanzas que deja a la reflexión

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Mas que el impacto y repercusiones negativas que la pandemia y sus consecuencias han causado, son muchas las enseñanzas que deja a la reflexión; no hay mal que por bien no venga, repite el dicho popular y, en este caso, solo hay que estar atentos a lo que esta calamidad quiere enseñarnos.

Es la primera vez que constatamos, a nivel mundial, la realidad de una naturaleza que nos hermana, más allá de continentes, razas, altitudes, condiciones climatológicas o costumbres, todos sentimos en carne propia la misma amenaza del contagio, muchos padecieron la misma enfermedad y, cuantos más al morir, corrieron la misma suerte. Asimismo, sentir de cerca la fragilidad de la vida amenazada por el virus, suscitó el esfuerzo común por defenderla. El peligro alerta, provoca el surgimiento de capacidades inauditas.

Quedó claro que la naturaleza no nos la dimos ni la inventamos, viene incluida con la vida y ésta tiene sus propias leyes, se impone la obligación de acatarlas. Volver a lo natural es lo de hoy de tal manera que, el respeto por la naturaleza y su equilibrio ecológico se ha convertido en un valor indiscutible, independientemente de creencias y culturas. Llama la atención que el adjetivo natural, que se utiliza casi con reverencia cuando se trata de jalea real, plantas medicinales, arrecifes de coral o mariposas monarca, se convierta en algo políticamente incorrecto cuando se refiere al ser humano.

Conscientes del peligro de no respetar los ecosistemas, paradójicamente, la sociedad actual cuestiona su propia naturaleza aceptando que nada hay de natural en el hombre que no pueda ser manipulado a su antojo. El respeto a las diferencias reconoce positivamente la dignidad de toda persona y su igualdad de derechos; las cosas se complican cuando en aras a la igualdad, no estamos dispuestos a escuchar lo que la naturaleza tiene que decirnos, desconociendo incluso a la biología cuando ésta pone límites al comportamiento.

El respeto a la vida no es cuestionable cuando se trata de los delfines o de la ballena azul, sí, en cambio, cuando se encuentran razones para eliminarla en el vientre de la madre. La destrucción de un embrión en gestación siempre es un delito cuando se trata de huevos de tortuga, no así cuando, por el aborto legal, la sociedad acepta la destrucción masiva de individuos pertenecientes a su misma especie, es decir, la humana.

La experiencia con la eutanasia demuestra exactamente lo mismo. Es la vida, o más bien la muerte, la que se pone en juego ante la percepción subjetiva de un médico, el peso de la carga económica de una enfermedad o la depresión anímica del enfermo. Tratándose de la vida, o se respeta absolutamente, o caemos en la pendiente peligrosa de elegir según el criterio dominante.

El matrimonio y la familia no están a salvo de esta corriente ideológica. La conciencia ecológica nos obliga a reconocer al manglar como el hábitat natural de los flamingos, no así a la familia fundada en el matrimonio de hombre-mujer, como el ámbito natural propicio para crecer como personas. Con frecuencia las leyes que se promulgan y las condiciones sociales que las privilegian, se dan en base a conveniencias políticas que, lejos de respetar a la naturaleza, fuerzan sus límites.

Mientras los animales respetan necesariamente su propia naturaleza, el hombre, por ser libre, corre el riesgo de revelarse contra los límites de su propio ser, en el fondo, de su condición de criatura. Y, a juzgar por resultados, no parece haber logrado precisamente el paraíso en la tierra.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO
PAZ@FERNANDEZCUETO.COM

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