ANECDOTARIO

"Sin chile por favor"

Soy mexicana y no sé comer picante. Lo asumo categóricamente y sin empacho porque hay una poderosa razón que lo explica.

OPINIÓN

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Atala Sarmiento / Anecdotario / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

En cualquier parte del mundo en la que me encuentre, cuando alguien me pregunta sobre mi origen de nacimiento y la respuesta es México el comentario inmediato es, casi siempre, sobre los jalapeños, el habanero, el chile verde o cualquier variante que convierta a los platillos en comida picante.

Mucho les sorprende, por un lado, el hecho de que lo mío no sea resistir ese sazón ardiente tan característico de nuestra variada y rica gastronomía y, por otro, el pálido tono de mi piel sin broncear.

Recuerdo que cuando viví en Houston, Texas, y decía que soy mexicana, invariablemente me encontraba con la molesta frase: “No pareces mexicana”. Me raspaba que dudaran de mi procedencia y entonces siempre tenía que explicar mi origen bicultural: “Mi sangre y genética es totalmente española, pero México es mi tierra porque ahí nací” les decía sin dejarlos satisfechos. Insistían en que no me veía bronceada o morena, hasta que un día de forma tajante le contesté a una mujer afroamericana que desconfió de mi nacionalidad: “Si soy mexicana, ¿Cómo se supone que me debo de ver según tú?”.

Así le hice ver lo errados que pueden estar los arquetipos y que es posible romper el molde sin sentirte menos nacional de tal o cual país.

No, no sé comer picante aunque nací y crecí en México. Y la razón es muy simple. Desde que tengo uso de razón, en casa, nunca se comió ninguna variedad de chiles porque mi madre aprendió a cocinar de su madre, mi Yaya, que era de Murcia, al sur de España. La Yaya, a su vez, solo sabía hacer platillos típicos de su país. Mi papá, igualmente, creció en el seno de una familia andaluza. Todos los sábados comíamos paella en casa de mis abuelos paternos, al son de una sevillana tras otra, interpretada por el grupo “Los amigos de Ginés”.

Los domingos íbamos a pasar la tarde a casa de mis abuelos maternos siguiendo una tradición muy catalana en la que se toma el postre y el café con los Yayos.

Así transcurrió mi vida, entre todas esas costumbres españolas, que se sumaron y se mezclaron con las mexicanas.

Agradezco ser binacional, ser de dos países y sus respectivas costumbres y gastronomía. Mi vida es mucho más rica y siento un orgullo enorme por estas generosas tierras. Soy muy de allí y muy de aquí y, a la vez, de ninguno de los dos.

Y siempre me pregunto: ¿Por qué se le aplaude a un estadounidense con orígenes mexicanos que trabaja por mantener el idioma y las costumbres de generación en generación, pero se reprueba al mexicano con raíces españolas que hace lo propio? ¡Si es exactamente lo mismo!

No sé comer picante, ni tengo la piel morena, y soy mexicana orgullosa de mi patria y también de mis raíces.

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI

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