COLUMNA INVITADA

¡Huélum!

El último Huélum lo grité el pasado 28 de agosto, acompañado de mi madre y hermanos, frente a su ataúd, antes de que su cuerpo fuera incinerado

OPINIÓN

·
Manelich Castilla Craviotto / Colaborador / Opinión El Heraldo de México

A la memoria de José Antonio Castilla Ramírez.

No tengo claro cuándo grité mi primer Huélum, pero sí la primera ocasión que me erizó la piel. Era 1980, caminaba de la mano de mi padre por el túnel que conecta Ciudad Universitaria con el Estadio Olímpico. El grito de batalla del Politécnico era automáticamente respondido por el Goya de la gradería puma. Quienes crecimos yendo a los clásicos Politécnico contra Universidad, entendemos ese lenguaje.

Como jugador de Águilas Blancas, el retumbar del Huélum era habitual. Lo mismo para celebrar jugadas importantes, que para saludar, agradecer y despedir a la tribuna. Del emparrillado, el grito mudó a los momentos relevantes del Poli y a eventos familiares de la comunidad guinda y blanco.

El sentido de identidad permite entender los valores de una sociedad. Uno de los conflictos contemporáneos es la adopción de valores tergiversados, como hacen los grupos criminales al vender falsos símbolos de pertenencia y captar mano de obra para sus fechorías. El Huélum, en cambio, es un grito apasionado de orgullo; de unión académica, deportiva y familiar.

Mi padre era “fragua encendida” desde bachiller. En el IPN se realizó personal y profesionalmente. Fue subdirector de la Escuela Superior de Comercio y Administración, la ESCA, de donde egresó como pionero de la licenciatura de Relaciones Comerciales.

Su máximo orgullo fue ser director del CECyT 13, Luis Enrique Erro, donde cumplió su sueño de brindarse de lleno a la comunidad estudiantil, fortalecer valores e identidad institucional. Llevó a la Sinfónica del IPN para acercar música culta a los estudiantes, invitó al Escuadrón de Motociclismo Acrobático de la entonces SSP, fomentó letras y poesía, entre otras muchas cosas.

Estando su escuela en una zona con alta incidencia de robo a transeúntes, organizó brigadas de padres y maestros para acompañar a los estudiantes a la estación del Metro más cercana, especialmente en el turno matutino vespertino.

En septiembre de 2014, estando en Iguala, Guerrero, recibí su llamada. Quería verme para compartir “un momento que amerita copa de vino”. Semanas después cenamos. Emocionado, me mostró un video en su celular que documentaba un Huélum multitudinario de estudiantes de todas las escuelas del IPN, afuera de la Secretaría de Gobernación. Acompañó a un grupo de alumnos a un mitin. Esa noche irradiaba la plenitud propia de quien se sabe parte de una causa justa.

Aunque las ocupaciones laborales nos alejaron físicamente, siempre me procuró a la distancia. Sus mensajes en momentos difíciles nunca faltaron. Además, diario portaba orgulloso un pin de la Policía Federal.

El último Huélum lo grité el pasado 28 de agosto, acompañado de mi madre y hermanos, frente a su ataúd, antes de que su cuerpo fuera incinerado. Cuando vuelva a gritarlo, tomará un sentido más profundo, pues al hacerlo honraré a un hombre que amó profundamente a su familia, a su tierra natal, Yucatán, y a las instituciones, especialmente el Instituto Politécnico Nacional.

Vaya un Huélum hasta el cielo en tu honor, amado padre.

“¡Salud y victoria!”.

POR MANELICH CASTILLA
COLABORADOR
@MANELICHCC

PAL