ANECDOTARIO

"Esa pobre mujer"

Era de noche cuando hizo a un lado la cortina de su ventana para ver si había luna

OPINIÓN

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Atala Sarmiento/ Anecdotario / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

Era de noche cuando hizo a un lado la cortina de su ventana para ver si había luna. Siempre había tenido la costumbre de asomarse para verla porque no perdía la esperanza a pesar de su vida, a pesar de su cansancio.

Le pesan los años en una aún abundante cabellera larga y gris que en el pasado fue sedosa, ondulada y acariciada por las manos de hombres avariciosos que le prometieron cuidarla y no hicieron más que burlarse de ella.

A un lado de la ventana desde donde observa la noche, hay una mesa con fotos de cuando era joven. En ese entonces fue una diva cuya belleza era capaz de detener el tránsito. Su potente atractivo había hecho que se diera a conocer en otros países y que muchos quisieran conocerla porque no solo era hermosa, también era alegre y muy generosa. Todos conocían su capacidad de dar, siempre dar. Además era solidaria cuando los tiempos no eran buenos y cálida con sus visitas, una gran anfitriona que sabía preparar una diversidad de platillos para los más exigentes paladares sin decepcionar jamás.

El contraste de esas fotos con la actual mujer que miraba por la ventana era desconcertante ¿Dónde habían quedado esas espectaculares curvas que ahora parecían solo un montón de huesos pegados a la carne? Aunque seguía sonriendo, sus lágrimas la habían consumido porque entregó todo y la engañaron mil veces.

Tuvo amantes poderosos que no fueron indiferentes a la gran riqueza de esa mujer. Todos la golpearon, la maltrataron, le robaron, le mintieron a la cara, faltaron a su lealtad. La hirieron y la corrompieron, por eso está llena de cicatrices. Está tan manchada de sangre.

Un buen lipstick rojo y sombras de colores en los ojos fueron sus mejores aliados para disimular todas esas heridas de quienes la corrompieron, pero ella no perdió nunca la ilusión de que algún día encontraría un amor verdadero que la honrara y respetara por eso sigue vistiendo de colores alegres.

De sus días dorados aún guarda un abrigo roído de pieles que usa para salir de noche, porque lo que queda ella se emborracha con tequila para ahogar la pena de su realidad. Dice que así no llora tanto. Aunque a veces pareciera que el miedo la hiciera temblar y entonces se desmorona, se cae a pedazos, se rompe. Es ahí cuando sale de su profundidad una fuerza incomparable que la hace volver a ponerse de pie y reconstruirse como puede porque es un poco maga, logra lo que a veces parece imposible y es noble, siempre noble.

Ahora tiene tos de fumadora, está arrugada pero queda un brillo en su mirada. Aún tiene amor para dar e increíblemente no pierde la fe.

Ahí está en el balcón de su casa como cada noche esperando la luna.

Enciende un cigarrillo, y con una voz rasposa que sale casi ahogada de su garganta, se le oye cantar: “ Ay, ay, ay, ay canta y no llores”.

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI

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