LA NUEVA ANORMALIDAD

Daños a terceros

Cierto es que las vacunas han sido insuficientes y el ritmo de administración desigual, pero también que muchos son quienes, teniendo acceso a ellas, no han sido vacunados porque no les da la gana

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La nueva anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Soy un fumador que cada vez fuma menos. Y no por razones morales, sanitarias o médicas sino por unas acaso más poderosas: las culturales.

Crecí en una época en que, si bien los efectos perniciosos del tabaco no eran desconocidos, la Ley no los tenía en cuenta: estaba permitido fumar en restaurantes y oficinas, en aeropuertos y en algunas filas de los aviones, en foros televisivos y, por increíble que parezca, en hospitales. Fumaban muchos en la vida real, y muchos personajes de películas y series, de videoclips y telenovelas. El consumo de tabaco era, pues, parte de la cultura y, como tal, gozaba de legitimidad social: más allá de posturas personales, no era mal visto fumar.

Entre el inicio de mi (mal) hábito y hoy, la percepción del consumo de tabaco ha devenido otra: quienes fuman en público son poco menos que parias, obligados a refugiarse en la banqueta para consumir su dosis vergonzante; otros –menos proclives a la adicción o más púdicos, a saber– hemos abjurado de la práctica pública, nos permitimos unos pocos cigarros en momentos específicos –unos con amigos y un trago; otros, como yo, frente a la computadora. En el origen de ello está la legislación: al prohibir fumar en espacios cerrados, la Ley operó un cambio cultural deseable para proteger a los ciudadanos no de sus eventuales lances autodestructivos sino de la posibilidad de afectar la salud de terceros inocentes. (La Ley deviene cultura: desde que está prohibido fumar en espacios públicos cerrados, a casi nadie se le ocurre hacerlo frente a otros en espacios privados. No sólo es fumar ya ilegal en muchos sitios: ya no está bien visto en casi ninguno.)

Traigo a colación el tema, tan de ayer, para ocuparme de otro, muy de hoy: la vacunación. Cierto es que las vacunas han sido insuficientes y el ritmo de administración desigual, pero también que muchos son quienes, teniendo acceso a ellas, no han sido vacunados porque no les da la gana. Están, claro, en su obtuso derecho –como los fumadores de autodestruirnos en solitario–, pero también es cierto que la Ley podría darles una ayudadita a ser menos perniciosos. Obligando a exhibir un certificado de vacunación a quienes asisten a centros nocturnos y eventos masivos (como en el Reino Unido), a restaurantes, cafés, bares y playas (como en Líbano), a escuelas y edificios públicos (como en Arabia Saudita) o a cualquier espacio cerrado (como en Nueva York). Haciendo la vacunación obligatoria para todos los viajeros y los servidores públicos (como en Canadá) o para todos cuyo trabajo entraña atención al público (como en Moscú).

La posibilidad no se ve próxima por lo que prefiero esperar en casa. (Acaso fumando, como en la canción; mejor arriesgarse por propio gusto que por capricho ajeno; y, mejor todavía, sin posibilidad de daños a terceros.)

POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR

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