MIRANDO AL OTRO LADO

El odio como destino manifiesto

Todo indica que la estrategia política del Presidente López Obrador para sostenerse en el poder durante el último trienio de su encargo es la promoción del insulto y el desprecio a amplísimos sectores de la sociedad mexicana

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al otro lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Todo indica que la estrategia política del Presidente López Obrador para sostenerse en el poder durante el último trienio de su encargo es la promoción del insulto y el desprecio a amplísimos sectores de la sociedad mexicana. Promueve activamente el odio entre mexicanos.

Su glorificación del pasado precolombino no es con el propósito de encontrar un sujeto de identidad y orgullo nacionales, sino para definir un objeto de odio ancestral: lo extranjero, los conquistadores, los imperialistas despiadados (como si los aztecas no lo fueran). Convoca a odiar a los españoles, al Vaticano y por añadidura la religión católica y a Estados Unidos. Está construyendo una dura narrativa xenófobo, como el origen de todos nuestros males, mientras la economía mexicana se globaliza con el T-MEC que él mismo avaló.

En la semana que concluye ha ofendido a distintos sectores de la sociedad, sin distingos ni reparos en lo que se refiere a su actividad en la vida nacional. Académicos, científicos e investigadores, especialmente aquellos que estudiaron en el exterior, han recibido ofensas al ser considerados “entrenados” en universidades foráneas para la corrupción o, en todo caso, al servicio de los corruptos al ser encubridores de sus actos de corrupción. ¿Cuáles actos de corrupción? No lo dice ni prueba sus acusaciones, sino que simplemente las suelta a la atmósfera para ver qué impacto pueden tener. La inteligencia es vista por el Presidente como extranjera, ofensiva y peligrosa “para el pueblo”. Y, por ende, corrupta.

Los trabajadores de la salud son vistos por el Presidente como una lacra para la sociedad. Los considera “pedinches” (sic) que no tienen llenadera en su capacidad de exigir condiciones adecuadas de trabajo, equipo sanitario necesario para enfrentar los riesgos que corren al tratar la pandemia del Covid y salarios y tiempos extras por lo extenuante de sus tareas dentro de las salas de trabajo hospitalario. En vez de festejar el compromiso de los trabajadores de la salud ante el reto de enfrentar la muerte todos los días, el Presidente de la República los recrimina y ofende. Estos trabajadores son vistos como un problema por el Presidente porque exigen un gasto adicional, aún en tiempos de la tercera ola de la pandemia. Cada queja sobre atención a la pandemia implica quitar dinero a sus proyectos favoritos: Tren Maya, Dos Bocas o Aeropuerto Felipe Ángeles. La pandemia nefasta que, por cierto, viene del extranjero.

Las familias que ven peligro en el regreso a clases de sus hijos son considerados por el Presidente de la República como retrógradas y estorbos para su idea de que “llueve, truene o relampaguee” las escuelas se abren, sí o sí. El método que permea su forma de gobernar se finca en la concepción de que los mandamientos presidenciales son de observancia obligatoria para toda la sociedad. Piensa que así el país “respeta la investidura presidencial”.

Considera que todos los jueces son corruptos, con la excepción honrosa del Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es el único honesto, en la evaluación de odio y empatía que hace López Obrador. Crítica todos los días a los jueces, llegando al extremo de amenazar a los que no cumplen sus deseos en sus resoluciones, con ser investigados por la UIF. “¡Son emisarios del pasado!” es la frase que caracteriza a nuestro nada ecuánime Presidente.

Sus agresiones al Instituto Nacional Electoral (INE) son proverbiales. Especialmente a dos de los Consejeros de ese Instituto, su Presidente Lorenzo Córdova y Ciro Murayama. Sus caracterizaciones de ellos en las mañaneras, incluyendo sus comentarios personales, destilan odio, resentimiento y frustración. Los considera los “responsables malévolos” de sus retrocesos electorales y derrotas más significativas. Pide un día sí, y al otro también, su destitución. Y Morena dice que iniciará un juicio para proceder a su desafuero.

En el caso del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el Presidente de la República quiso sostener como Presidente de ese poder a un hombre corrupto y, por ello mismo, manipulable y manejable a los antojos y necesidades de Palacio Nacional. Estuvo contento con mantener a un sujeto bajo investigación criminal dirigiendo ese Tribunal hasta que la realidad les alcanzó. Su presencia en la Presidencia del TEPJF resultó una ofensa para los otros Magistrados, quienes, en un acto de recuperación de la dignidad de su alta investidura, lo destituyeron. Ante esa destitución el Presidente de la República respondió: “¡Que se vayan todos!”, refiriéndose al propio Tribunal y al INE. Una vez más la ecuanimidad y mesura presidenciales no sólo están ausentes, sino que destaca su amargura y resentimiento.

Las agresiones contra la “clase media” han sido despiadadas y carentes de justificación. Arremetió contra la clase media, culpándola de su derrota en las pasadas elecciones. Siempre escoge un objeto de odio para asignar la responsabilidad de sus errores y para justificarse ante sí mismo y la sociedad. Ante la derrota electoral de junio, escogió como responsable a la clase media aspiracionalista como el culpable, jamás asumiendo que los errores de su gobierno pudieran tener algo que ver con el estado de ánimo social contrario a sus políticas.

Arremete constantemente contra los medios de comunicación, presentando listas amplias de personajes que considera culpables de publicar cuestionamientos y críticas a su gobierno. Las listas presidenciales de sus “opositores” son inacabables: desde dueños de medios, pasando por periodistas, reporteros, columnistas, y aterrizando en académicos e intelectuales que escriben, publican y ofrecen conferencias. Para el Presidente todos son igualmente despreciables y merecen ser mencionados en esa guillotina pública que es la mañanera de los miércoles: el “quién es quién” en las supuestas noticias falsas.

Para colmo de las noticias falsas, niega la veracidad de los datos del INEGI y CONEVAL sobre el crecimiento alarmante de la pobreza durante su gestión. Dice que el pueblo está más feliz que nunca. Que las cosas nunca habían estado mejor para los pobres del país. Seamos claros: los datos estadísticos no están para ver si uno está de acuerdo o no con ellos, sino para tomar medidas pertinentes para su corrección. Por lo menos esa sería la respuesta de un gobierno responsable.

Para el Presidente, la democracia es una palabra políticamente útil, pero como ejercicio real de gobierno, la considera un estorbo. A lo que se dedica todos los días es a construir una narrativa sobre quiénes son sus objetos de odio, para, acto seguido, tratar de hacer que el “pueblo” lo acompañe en esa percepción, y que odie, igual que él.

Esta es la narrativa con la que el Presidente quiere gobernar los últimos tres años de su gestión, enfrentando al país entre unos contra los otros. Quiere que sus partidarios compartan con él sus objetos de odio, obligando a cada quien a escoger el lado que más le convenga en esta puja por el espíritu nacional.

En el fondo, López Obrador quiere que México se defina a sí mismo como un país de muchos odios. Odio al pasado, el presente y el futuro. E, inevitablemente, odio a sí mismo.

Es un destino miserable el que le ofrece López Obrador a México. Confiemos en que una gran mayoría de mexicanas y mexicanos decidan, conscientemente, hacer caso omiso de este llamado al odio. 

POR RICARDO PASCOE PIERCE
RICARDOPASCOE@HOTMAIL.COM
@RPASCOEP

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