Recientemente Roberto Remes publicó, en versión para Kindle, La República Peatonal: Cómo hacer que los peatones caminen en la agenda pública. Primero, debo decir que es muy sano para el debate de ciudad que personas que han participado en la toma decisiones, en el caso de Roberto como funcionario, activista y consultor, publiquen sobre los temas que conocen de manera práctica.
El libro es muy útil para quienes hacemos política pública urbana. Tiene sus fallas. La principal, me parece, es la de tratar de ligar la literatura de política pública con las experiencias de espacio público sin un diálogo entre la teoría y la evidencia encontrada. De hecho, las ideas teóricas de política pública se usan muy poco en el libro para ayudar al entendimiento de las acciones que benefician o perjudican al peatón. El capítulo inicial se podría obviar, así el lector agradecería un libro más corto. Por lo demás, uno encuentra lo que esperaría de un texto de Remes, un enciclopédico compendio de experiencias, recomendaciones de política y formas de activismo en favor del peatón. De manera acertada, considera que las y los ciclistas son una variante del peatón y, en general, a las políticas propeatón, equivalentes a las de mejora del espacio público.
La idea central que recorre el texto es que, a medida en que se concreten acciones que incrementen la autoestima del peatón y faciliten su actividad, y paralelamente disminuya la del automovilista, esto se puede traducir en una ciudad con mejor espacio público, lo cual tendrá un impacto positivo en muchos sentidos.
Una ciudad más peatonal es más segura en términos de vialidad, pero también en general, es más equitativa, con mejor calidad de aire, con personas más saludables, más democrática, con vivienda más accesible, e incluso más próspera. La experiencia de la peatonalización de la Calle Madero, en el Centro Histórico, muestra cómo los peatones también generan bonanza. Se reconoce que existe la necesidad de modificar la planeación de las calles en favor de los automovilistas, que desde los años 60 se diseñaron para el uso del auto, e impulsar la de transformar las ciudades, en pro de peatones y ciclistas.
Esto no puede esperar a que únicamente se eduquen a peatones y ciclistas, sino que se debe tratar de un sistema integral en donde al mismo tiempo que se sensibiliza e informa a la ciudadanía en general, se concientice a los automovilistas de que sus comportamientos viales irresponsables acarrean enormes riesgos para la sociedad. Lo anterior no cancela la posibilidad de que puedan darse algunas inversiones en infraestructura vial para los autos, pero siempre y cuando eso también genere más espacio peatonal y la fuente de los recursos fuera presupuestal. Yo diría que debería provenir de los propios automovilistas, e iniciar la conversación sobre los impuestos a la congestión.
Se aborda también el tema de los centros de barrio, que se deben multiplicar por la ciudad y deben ser los lugares en los que se concreten la mejoras en favor del peatón y de la cohesión social, especialmente en un contexto de pocos recursos, como la aplicación de banquetas y la eliminación de espacios de estacionamiento, ya que son precisamente los lugares de mayor tránsito de personas.
En el texto se propone una lista de compromisos que deben asumir las autoridades de una ciudad, especialmente en el contexto de América Latina, para garantizar los derechos de los peatones, que, al final, garantizan una ciudad más armoniosa y equitativa. Esto es, la idea de construir una ciudad que favorezca más a peatones y ciclistas, sobre los autos no está a discusión, la pregunta es cómo hacerlo de la mejor manera, con mecanismos efectivos de participación ciudadana, pero con claridad técnica y basada en las mejores prácticas y una adecuada planeación urbana.
POR VIDAL LLERENAS
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