COLUMNA INVITADA

Inseguros

Ninguna sociedad puede esperar al deterioro de todas las formas de convivencia o al paraíso de la igualdad mientras matan a tus hijos a cuchilladas o violan a tu mujer al ir en taxi y por eso tiene tal éxito la política de la mano dura

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Créditos: Foto: Especial

Pobre México. Seguimos en un estado de indefensión frente al crimen organizado y la idea de una amnistía no prosperó. Martín Caparrós propuso el término segurismo para referirse a la doctrina política que postulan que el problema central de una sociedad está en su criminalidad. Parte del problema radica en la sobreactuación, en haber hecho de la política el escenario de una puesta en escena en la que el crimen ha tomado por asalto la vida cotidiana y las autoridades son solo policías con esteroides librando la última guerra posible. El lema “Abrazos, no balazos”, con el que el presidente López Obrador propuso cambiar la narrativa y la manera de aproximarse al crimen organizado no ha dado tampoco resultados y la violencia sigue creciendo en todo el país.

              En Colombia, después de la operación de desmantelar a Pablo Escobar con ayuda de Estados Unidos, la militarización y el segurismo se volvieron moneda diaria. En cada puente peatonal en Bogotá, por ejemplo, hay tres o cuatro policías, el aeropuerto y las calles militarizadas, los hoteles sobre protegidos, con perros revisando cada coche y taxi que entra y sale, la atmósfera de miedo constante como resultado de ese pésimo dramaturgo que es la derecha (lo mismo en México en la época más ruda de la llamada guerra de Felipe Calderón).

Ninguna sociedad puede esperar al deterioro de todas las formas de convivencia o al paraíso de la igualdad mientras matan a tus hijos a cuchilladas o violan a tu mujer al ir en taxi y por eso tiene tal éxito la política de la mano dura.

Caparrós quien lo sintetiza a la perfección cuando afirma: De constante aparición en distintos lugares y momentos, el segurismo se desarrolla con más facilidad en sociedades donde se deterioró la situación de las clases bajas y medias … Responde al miedo de sectores muy amplios que se sienten desprotegidos al producirse un aumento de las diferencias económicas que, en ciertos casos, resulta en un aumento de la criminalidad. Es lo que el segurismo llama “inseguridad”, palabra mágica que se constituye en centro de todo enunciado y justificación de cualquier pronunciamiento. El segurismo, enfermedad infantil del capitalismo de mercado, pretende que las respuestas no deben enfrentar al deterioro social sino a sus consecuencias, por vía de mayor represión. No siempre desemboca en gobiernos más autoritarios, pero puede suceder. Cuando no, produce una intensificación de la represión y el control social dentro de los límites del mismo sistema político.

              Son los sectores más desfavorecidos, sin embargo, los demonizados en un mundo donde el segurismo es moneda corriente y donde el intercambio político –al menos a la hora de los votos- está determinado por quién tiene más dura la mano, quien promete más seguridad, aunque no pueda cumplir. Un taxista argentino me decía, al respecto, que a el no le importa que roben, con tal de que dejen algo y pongan orden.

              No hay que evadir el verdadero debate, el único que importa: qué país queremos, para quienes queremos ese país. En América Latina hay muchas instituciones burocráticas pero poco Estado. Y no hay soluciones mágicas.

              En mi último viaje a Colombia, por ejemplo, regresando de Santa Marta, el aeropuerto de noche era un caos. El propio taxista reconoció: “Es que, a las once, se va toda la policía”.

              Cuando oscurece no hay que hacer teatro, cae el telón. El público duerme, que lo atraquen. El segurismo, hay que insistirlo, es obra de un dramaturgo de quinta y sus soluciones escénicas dan pena, pero son tristemente efectivas: buena parte de la sociedad cree que la inseguridad es el problema y así evita discutir los problemas de fondo, como cuando los políticos nos decían que nos salvaríamos con educación.

              No hay panaceas, nada sustituye al debate de ideas, a la construcción colectiva de una escenografía más real, aunque al principio no nos guste ni siquiera un poco lo que aparezca en el escenario. En México sí necesitamos no solo una reforma al poder judicial como la que acaba de ocurrir, sino una operación “Manos Limpias” que limpie de verdad jueces corruptos, cómplices. Necesitamos una reforma electoral profunda, una revisión de nuestras políticas de salud pública y, como he dicho muchas veces aquí, una nueva Constitución.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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