SER ES RESISTIR

Compañere, tu identidad es válida y mereces respeto

Tenemos enfrente un cambio social que está encontrando su reflejo en el plano del lenguaje. Quienes hacemos uso del lenguaje incluyente reconocemos que en el uso de la lengua hay también una disputa política e ideológica.

OPINIÓN

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Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo
-Wittgenstein

“El lenguaje incluyente es difícil de usar”, “implica la deformación de nuestra lengua”, “complica la lectura y el habla”. “El lenguaje inclusivo no es un tema prioritario; las minorías deberían enfocarse en la conquista de otros derechos”. Estos y otros más son algunos de los argumentos que suelen esgrimirse en contra del también llamado lenguaje igualitario. He querido iniciar este texto poniendo estas objeciones sobre la mesa para dejar en claro que quienes hacemos uso de él tenemos plena consciencia de las críticas en su contra y, sin embargo, reivindicamos su uso. Y acá van algunas razones: 

Primero que nada debemos señalar que la lengua forma parte de un tiempo y un espacio determinados y, por tanto, refleja la forma de pensar y de organizarse de una sociedad, así como de todo lo que se considera posible en dicho mundo en concreto. De ahí la importancia de tener en mente que el uso que hacemos de la lengua tiene una dimensión política: lo que no se nombra, no existe. Y en este mundo, en este tiempo, las categorías “hombre” y “mujer” ya no nos son suficientes; existen y existimos también poblaciones trans y no binarias y, porque la lengua es también otra forma de hacer política, es que defendemos el derecho a nombrarnos. 

Esta semana, un video que muestra el momento en que una persona exige respeto a su identidad y pide que se le nombre “compañere” se hizo viral en las redes sociales. Con ello vino toda una discusión en la que quedó de manifiesto que, en efecto, dado lo que no se nombra no existe, y ya que la mayor parte de la población no recurre al lenguaje igualitario, un gran sector de la sociedad sólo alcanza a imaginar una realidad de hombres y mujeres, sin tomar en cuenta que existen miles de personas en el mundo (porque esto no es algo que ocurra sólo en México) que no se identifican bajo ninguna de estas dos categorías; es decir, que no se identifican -o no de forma exclusiva- con alguno de los dos géneros validados por el sistema sexogenérico que domina en las sociedades occidentales.

Es verdad que ni la palabra “compañere” ni la palabra “alumne” son validadas o recogidas por el Diccionario de la Real Academia Española, pero también es cierto que las personas no binarias existen y toda lengua que se precie de estar viva, es decir, de encontrarse en uso, tiene la cualidad del cambio o evolución constante en función de cómo sea usada por sus hablantes. 

Leyenda

El lenguaje igualitario no es un tema que tenga que ver con nuevas reglas gramaticales, sino que hace hincapié en la necesidad de reconocer que en el mundo existimos más que hombres y mujeres cisgénero heterosexuales. El lenguaje inclusivo nos permite a quienes formamos parte de estas minorías hacerle saber al mundo que existimos y que nuestras identidades son válidas y legítimas. El lenguaje incluyente es también una forma de luchar contra las discriminaciones que históricamente nos han atravesado y que, sí, pueden llegar a escalar a situaciones como la expulsión familiar, la falta de acceso a la educación, el salud o el trabajo, pero que --no lo olvidemos-- comienzan con el simple hecho de la negativa de una sociedad a nombrarnos y respetar quiénes somos. 

La lucha por la defensa de nuestra identidad no es asunto menor, como algunas personas desean hacer ver. En México, por ejemplo, sólo la mitad de los estados del país permiten el cambio de identidad sexogenérica mediante trámite administrativo y sólo una de las 32 demarcaciones, el estado de Jalisco, permite este procedimiento para menores de edad. Mientras tanto, aquellas infancias y adolescencias que no se ajustan al binario del sistema sexo género deben soportar que en sus escuelas y círculos haya quienes se dirijan a elles bajo un nombre y un género con el que no se identifican.

Quienes luchamos por la conquista de derechos para las disidencias sexogenéricas sabemos que los esfuerzos se llevan a cabo de forma conjunta. Nada más falso que sólo nos interese introducir una vocal o impulsar el lenguaje igualitario: ahí está por ejemplo la lucha que menores trans, padres y madres de familia han venido dando desde hace más de 20 meses para que el Congreso de la Ciudad de México apruebe la llamada Ley de Infancias Trans, que justo evitaría que en escuelas existan malgenerizaciones, ya sean éstas con o sin malicia, y permitiría que les alumnes, cuando menos niños y niñas binarias, se sienten a gusto con cómo son llamades. 

Sin duda, la conquista de este derecho (que, insisto, para muchas personas lejanas al tema significa un asunto menor), sería apenas la puerta de entrada para que como sociedad saldemos una larga lista de deudas que tenemos con las disidencias sexogenéricas. Por ejemplo, las leyes de identidad de género aprobadas en el país facilitan la vida de las personas trans binarias, pero no así de las personas no binarias, que siguen sin ser reconocidas en ningún país de América Latina, salvo en Argentina, donde además de las marcas M y F para significar los géneros masculino y femenino, los documentos oficiales pueden ser ya también expedidos con la marca X, para significar una identidad que no se ajusta a ninguno de los géneros antes mencionados. 

Quienes no conocen a ninguna persona trans, no binaria, o quienes no están familiarizados con el tema suelen considerar que esto es un asunto único del español, cuando en realidad en países de habla inglesa como Estados Unidos también se han encontrado opciones para explicitar el género neutro: tenemos así el caso de la palabra “Latinx”, ésta sí recogida en el diccionario Merriam Webster, para dejar en el plano de lo ambiguo el género de la persona de la que se está hablando. 

Por supuesto, todo cambio significativo en la lengua implica un proceso lento y complejo. De ninguna manera el lenguaje inclusivo se ha pretendido como obligatorio o como retroactivo (para reescribir las grandes obras), sino como una estrategia discursiva de una protesta social que busca el reconocimiento de todas aquellas identidades que se salen de la norma. Con el lenguaje incluyente no se busca que todas y cada una de las palabras del español adquieran una forma neutra, pero sí busca que aquellos artículos y sustantivos que se refieren a personas puedan encontrar alguna alternativa distinta a la O y la A, con que nos referimos a lo masculino y lo femenino. 

Lo que tenemos enfrente es, pues, un cambio social que no sólo busca, sino que está encontrando su reflejo en el plano del lenguaje. Quienes lo empleamos reconocemos el poder simbólico de la lengua, reconocemos que en su uso hay también una disputa política e ideológica. Pensemos, por ejemplo, en las protestas feministas en favor de la despenalización del aborto: el uso del lenguaje incluyente ahí forma parte de una reivindicación de que no sólo las mujeres cisgénero las interesadas en la conquista de tal derecho, sino que en la lucha ponen el cuerpo también todas aquellas personas cuyo cuerpo es gestante, ya sean hombres trans o personas no binarias. 

Se entiende, por supuesto, que dado lo complejo del cambio social éste y la forma en que se refleja en el lenguaje sean complicados de entender. Lo que no puede ni debe entenderse es el irrespeto de quienes deciden ignorar la forma en que otras personas han pedido que se refieran a ellas. No es tan complicado: no tienes por qué introducir el lenguaje inclusivo en todos los ámbitos de tu vida, pero igual que te aprendiste 15 o más nombres de tus compañeres en la escuela, podrás aprender que Sofía, por ejemplo, desea ser llamada elle. 

Es comprensible, también, que existan resistencias ante estos cambios en la lengua, porque como ya decíamos estos cambios van más allá del plano de la gramática y se extienden al ámbito de lo político. No es de sorprender entonces que existan personas (aquellas que siempre han sido nombradas y que nunca han visto en juego el acceso a sus derechos) que prefieran mantener todo tal como hasta ahora se encuentra; pero existen, existimos también personas que deseamos cambiar las cosas. Y la lengua, lo sabemos, es una de nuestras mejores armas.