MIRANDO AL OTRO LADO

Tiempo y conciencia

El tiempo, decían los filósofos griegos Heráclito y Platón, es el tránsito de un estado de conciencia a otro

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al otro lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El tiempo, decían los filósofos griegos Heráclito y Platón, es el tránsito de un estado de conciencia a otro. “El tiempo es existencia y toda existencia es tiempo”. Cuando se estudia el tiempo y la conciencia es crucial entender cómo funciona el proceso cuando la conciencia varía con el transcurrir del tiempo. El tiempo y la conciencia de un infante no es lo mismo que el mismo sujeto 60 años después. ¿Qué ha cambiado en ese lapso de tiempo, no solo en cuanto el tiempo (evolución de la realidad) sino también en la conciencia (la existencia y percepción de hechos)? Igualmente, ¿cómo el tiempo y la conciencia han transformado el carácter y organización de la sociedad en ese lapso?

El tiempo se contemporiza con el cambio de conciencia, en tanto percepción, de las personas en lo individual y como colectividades. El tiempo, entendido como experiencia, aprendizaje y comprensión, también mide el cambio físico y mental de los individuos en sus vidas, y en la vida de una sociedad entera. Ninguna sociedad es ajena al proceso transformador que significa el pasar del tiempo y la adquisición de una nueva conciencia al traspasar las fronteras de su existencia. Existencia, por tanto, es conciencia.

Marx formuló los conceptos de la conciencia en sí y la conciencia para sí. Se refería a conciencia de clase ciertamente, pero para efectos filosóficos su premisa nos sirve. Pasar de la conciencia en sí a la conciencia para sí significa un proceso de maduración del individuo y también de la sociedad. Una maduración que se destila en la relación dialéctica entre el fluir del tiempo como experiencia individual o colectiva, y su interacción con los procesos de cambio que definen la realidad. Los conocemos: cambios de regímenes políticos, guerras, inventos tecnológicos, crisis económicas, epidemias, migraciones, catástrofes naturales, música, cultura, estilos de vida, hábitos lúdicos, cambios en prácticas y normas sexuales, entre muchos otros.

Lo importante para Marx era que, en su análisis, la maduración de la conciencia de clase para sí era un proceso histórico ascendente e irrefrenable. Por eso enunció en el Manifiesto Comunista su convicción sobre la “inevitabilidad del socialismo” como el futuro previsible de la humanidad. Era, en el fondo, un ferviente creyente en la búsqueda del paraíso perdido, una motivación proveniente de sagradas escrituras. Curioso, para un ateo.

No existe indicio alguno de que el socialismo sea el futuro “inevitable” de la humanidad. Pero sí es creíble que la dialéctica tiempo-conciencia sea el motor que motive a los individuos y a las sociedades a madurar y crecer en conocimientos y conciencia sobre sus problemas y en la búsqueda de soluciones. La sociedad actual se está despojando de los tradicionales recetarios ideológicos cerrados y excluyentes partidistas y se motiva por las grandes causas transversales de nuestro mundo.

Las demandas transversales no excluyen grupos de edad, ni criterios de clase, políticos, religión, preferencia sexual o raza. Sus causas incluyentes son sobre género, la protección al medio ambiente y calentamiento global, accesibilidad a salud, medicinas y educación para todos, respeto a los derechos humanos, empleos y salarios dignos, seguridad, paz y desarme, democracia y respeto a las libertades de expresión y palabra.

La revolución tecnológica que avanza en todo el mundo es parte de ese proceso de maduración de las sociedades, definido por su contexto en la relación tiempo-conciencia. Hoy vemos la pobreza extrema y migrantes desesperados con celular en mano. Incluso a ese nivel la tecnología es transversal en su impacto. Este hecho plantea un reto para la superación de la sociedad en su conjunto. Las causas transversales y la revolución tecnológica abren avenidas de intercambio e integración entre todas las capas de la sociedad.

México está viviendo un proceso político y social que reta su proceso de maduración en la relación tiempo-conciencia. Tal parecería que en vez de seguir una ruta ascendente, retrocedemos hacia una descomposición de lo aprendido y construido. En vez de seguir pensando en superarnos en logros, comprensión y desarrollo de conciencia superior, desechando lo que no sirve para lograr el progreso, estamos atrapados en una dinámica destructiva que niega todo lo alcanzado y opta por desechar nuestra cultura e inteligencia colectivas en aras de un desenfrenado impulso de tirar por la borda todo lo construido.

Tenemos un Presidente que niega la realidad, declarándose partidario de una realidad alterna que nadie más puede aprehender cabalmente. Y lo afirma con el poder del Estado firmemente instalado bajo su mando. Ha convencido a un número sorprendente de ciudadanos de esa realidad alterna, como Trump ha logrado hipnotizar a muchos estadounidenses de su realidad alterna. Según la versión amloísta, somos un país que nunca había estado mejor ni más feliz, aunque los datos oficiales dicen otra cosa. Para él la seguridad está bien a pesar que se constata lo contrario todos los días. Dice que la pandemia no es grave y que hay medicinas para todos...etcétera.

El gobernante niega a la ciencia, los datos y las herramientas de medición científicas al creer en postulados sin comprobación, cediendo en ilustración y sabiduría mientras abraza la tozudez de las creencias, los mitos, los miedos y los odios ancestrales que ya no son de este mundo. Su conducta contradice a la tesis central marxista sobre el carácter esencial de maduración ascendente de la relación tiempo-conciencia.

Lo que sucede hoy en México va contra todas las leyes de las sociedades contemporáneas y sus dinámicas de progreso. No es el único país con esta dinámica, pero sí es notable que, inserto en un mundo y mercado progresista, haya optado por retroceder a la caverna platónica de imágenes del pasado repletas de presencias fantasmagóricas como instrumento preferente para entender la realidad. Promueve el odio al presente y, como solución, ofrece regresar al pasado, negándose a vivir para el futuro. Lo que guía a México hoy es el miedo al futuro, y cuando mira al pasado, pierde toda esperanza. Glorifica el pasado precolombino, convenientemente ocultando sus conocidas oscuridades.

En vez de tomar esa ruta hacia un pasado idealizado que fue y ya no es, deberíamos movilizar todos nuestros recursos como sociedad para marchar hacia el futuro de concordia y esperanza, impulsando la transversalidad como factor de gran unidad nacional. Debemos confiar que la dialéctica tiempo-conciencia nos ha colocado en una posición inmejorable para construir, ahora sí, un futuro incluyente, tolerante, de libertades y de democracia.

POR RICARDO PASCOE PIERCE
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