COLUMNA INVITADA

La democracia, ese bien tan frágil

El país que se preció del experimento del “melting pot” no desea en realidad que exista mezcla, es reacio al mestizaje tanto cultural como lingüístico

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

En Estados Unidos la democracia les asusta en primer lugar a los republicanos que saben que su futuro político depende de una minoría blanca no educada; en segundo lugar, a los racistas, a los supremacistas que saben que los escaños, las alcaldías, las gubernaturas y la presidencia misma serán ganadas en los próximos años por mujeres, por minorías étnicas y sexuales. El país que se preció del experimento del “melting pot” no desea en realidad que exista mezcla, es reacio al mestizaje tanto cultural como lingüístico. El país se quiere monolingüe, se desea blanco mientras el Tío Sam no aprende a reconfigurarse con los nuevos tiempos.

Quienes vivimos en este país, sin embargo, sabemos que no hay vuelta atrás. La Suprema Corte, conservadora gracias a Trump y Mitch Mcconell, acaba de votar 6-3 permitiendo que en Arizona las nuevas leyes electorales entren en efecto, una victoria para quienes ven en los nuevos votantes una amenaza. El problema es que dicho fallo abre las puertas para que otros estados -como Georgia o Texas o Florida e incluso Pensilvania- intenten lo propio. El congreso busca pasar una ley general electoral que revierta esas políticas locales, pero por culpa del famoso “filibustero” en el Senado se necesitan diez senadores republicanos a favor para lograrlo.

Joseph Biden vivió casi toda su vida política en el Senado. Lo conoce y cree aún que buscando consensos podrá lograr ciertas reformas. Su plan de infraestructura, por ejemplo, parece que va a salir gracias a haber reducido muchas de sus promesas de campaña para lograr el apoyo de suficientes senadores del partido opositor. Biden es un viejo lobo de mar de Washington, pero a muchos les parece que no logrará realizar reformas sustanciales. Y aquí radica no solo su dilema personal, sino el de su partido político. Los demócratas perdieron buena parte de su fuerza electoral después del gobierno neoliberal de Bill Clinton, que en muchos sentidos continuó las políticas de Reagan. En las zonas rurales blancas siguen arrasando los republicanos por la misma razón. Existen además los republicanos latinos -no solo en Miami- que votan diferenciadamente de sus compañeros migrantes en otros estados. Hay una izquierda militante que no está dispuesta, por otro lado, a seguir admitiendo parches políticos y económicos. Esa izquierda se siente traicionada y espera mucho de este nuevo presidente, aunque no siempre le dé el beneficio de la duda.

Las autoridades locales, la Suprema Corte, el Senado que aún en minoría sigue secuestrado por las añejas reglas y que torpedea iniciativas importantísimas; todos ellos son capaces de destruir las instituciones democráticas con tal de conservar el poder y el control de la que ahora es la primera minoría: los blancos. Es penoso ver las discusiones en las cámaras cuando de derechos civiles o electorales se trata. Es penoso ver, por ejemplo, como el senado impidió incluso que se estableciera una comisión que investigara la toma del Capitolio. Hacerse de la vista gorda y no castigar a los culpables para conservar a esa base electoral penosa que aún cree que la elección fue robada y que Trump regresará a la Casa Blanca este mismo año. Los conspiracionistas representados incluso por algunos diputados que creen también en QAnon o en que los judíos disparan sus láseres para provocar los incendios en California.

Proteger la democracia -con todos sus defectos- en Estados Unidos como en México o en cualquier país del mundo (piénsese si no en la Nicaragua actual con un dictador como Ortega) es un acto de elemental decencia, de ciudadanía plena. Por supuesto que hay otras demandas y tareas urgentes por las que también hay que luchar. La democracia, sin embargo, es el mínimo común múltiplo con el cual pueden hacerse las demás operaciones. Apostar por la justicia social, por el más equitativo reparto de la riqueza, por el combate al cambio climático, por los derechos de las minorías son también parte de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Da miedo, de verdad, ver lo que está pasando en Estados Unidos hoy en día. La razón del pánico es clara, si se minan las instituciones democráticas será imposible vivir en un país que sigue siendo racista y supremacista en su corazón. Defenderlas es la única manera de pensar el futuro.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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