COLUMNA INVITADA

China, el manual para autócratas

Regiones en desarrollo se han acercado a China, han encontrado a un aliado en proyectos de inversión

OPINIÓN

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Lila Abed/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de México Créditos: Foto: Especial

El primero de julio, el Partido Comunista de China (PCC) festejó el 100 aniversario de su fundación en 1921. Ante más de 70 mil ciudadanos chinos en la plaza de Tiananmen, el presidente Xi Jinping se dirigió a la nación para mandar un mensaje contundente: el segundo partido más grande del mundo ha logrado superar múltiples crisis, incluyendo la pandemia por coronavirus, y se convertirá en una superpotencia en 2049. Aseguró que "nunca permitirá que ninguna fuerza exterior nos intimide, oprima o subyugue", y que el país vive una era de orgullo y prosperidad. 

China representa el gran experimento del siglo XXI, una economía capitalista con un sistema político socialista cada vez más autoritario. En marzo de 2018, la legislatura nacional de China, conocido como el Congreso Nacional del Pueblo, votó casi por unanimidad para enmendar la constitución para eliminar los límites presidenciales, lo que efectivamente permite que Xi Jinping permanezca en el poder de por vida. China había impuesto un límite de dos mandatos (cinco años por cada periodo), a su presidente desde 1990, lo que significaría que Xi terminaría en 2023. Sin embargo, todo indica que el mandatario buscará un tercer mandato el próximo año.

La celebración del centenario fue una oportunidad para dejar claro que el partido está más unido y fuerte desde que Xi asumió el poder en 2013. Subrayó que el PCC sacó a 700 millones de campesinos de la pobreza extrema en los últimos 20 años, fortaleció al ejército, trajo prosperidad económica y que el partido es el único que puede proteger a los chinos de los intereses imperialistas que buscan frenar el crecimiento del gigante asiático. 

Sin embargo, el éxito del PCC viene acompañado de un alto costo político. Xi Jinping se ha convertido en el gobernante más poderoso desde el fundador de la República Popular China, Mao Zedong. Poco a poco, ha cambiado la forma en que se gobierna el país, reforzando su autoridad personal, tomando el control de la mayoría de las agencias del Estado y del ejército. Rompe con la transición de poder, los limites presidenciales y la tradición de gobernar con un liderazgo colectivo. La concentración del poder en su figura se ha consolidado a través de medidas coercitivas. Reprime los derechos de sus ciudadanos, utiliza la censura y la vigilancia estatal, suprime la libertad de expresión y su campaña nacional contra la corrupción funciona, en gran medida, para purgar a sus rivales políticos. 

Irónicamente, la pandemia le facilitó justificar muchas de sus políticas, como el uso generalizado de la vigilancia, la represión en Hong Kong y vendió el manejo de la crisis sanitaria en China como un caso de éxito, el cual fortaleció el apoyo de su liderazgo y del partido. Incluso, la diplomacia de las vacunas impulsada por Beijing al resto del mundo, particularmente a regiones subdesarrolladas, se convirtió en una campaña propagandística de poder blando para mejorar su imagen y aumentar su influencia global. 

El rechazo de las medidas agresivas de Xi contra Hong Kong y Taiwán, la violación de derechos humanos contra los musulmanes de origen uigur en Xianjiang y la represión política que continúa en China, viene predominantemente de países del Occidente. Por lo contrario, regiones en desarrollo se han acercado a China, han encontrado a un aliado en proyectos de inversión y les ofrece una alternativa de gobernar, distinta a los sistemas políticos de los países occidentales. El presidente estadounidense ha reiterado que la lucha fundamental a nivel internacional es entre la democracia y la autocracia. Para muchos autócratas que se encuentran limitados por las reglas democráticas de su país, el sistema político de China podría convertirse en un manual para como mejor concentrar el poder en una solo persona.

POR LILA ABED
POLITÓLOGA E INTERNACIONALISTA
@LILAABED

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