MALOS MODOS

Dos soledades. Una conversación entre Vargas Llosa y García Márquez

La conversación se convirtió en un librito que, como cuenta Juan Gabriel Vazquez en la introducción, estuvo a nada de desaparecer: circulaba y poco en fotocopias hasta ahora, reeditado por Alfaguara

OPINIÓN

·
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

En 1967, Gabriel García Márquez no era muy joven, porque le pegaba a los 40, ni realmente un desconocido. Su primera novela, “La hojarasca”, tenía 12 años de publicada, cierto que sin éxito de ventas, y andaban en librerías la segunda y la tercera: “El coronel no tiene quien le escriba” (61) y “La mala hora” (62), además de los cuentos de “Los funerales de la mamá grande”.

Sobre todo, empezaba ya a pegar con fuerza “Cien años de soledad”, recién publicada. Sin embargo, el famoso era Mario Vargas Llosa, nueve años más joven. Llevaba en el equipaje “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, el Premio Biblioteca Breve y el Rómulo Gallegos.

En efecto, eso que se llamó el boom latinoamericano cobraba impulso, y la conversación en dos sesiones a que se entregaron los dos escritores, en Lima, sería, al mismo tiempo, un síntoma de que algo importante pasaba en estos países, si de literatura hablamos, y un empujón publicitario para ese algo.

La conversación se convirtió en un librito que, como cuenta Juan Gabriel Vásquez en la introducción, estuvo a nada de desaparecer: circulaba y poco en fotocopias hasta ahora, reeditado por Alfaguara. “Dos soledades”, se llama.

¿Qué encontramos en sus 150 páginas? Está ya ahí, para empezar, el modo irreprochable en que Vargas Llosa se acerca a la literatura ajena. Porque ese día era el famoso y además jugaba de local, pero optó por hacer hablar a García Márquez más en plan de entrevistador que de interlocutor, consciente del talento que tenía enfrente.

El colombiano, por su parte, también jugó entonces el papel que luego perfeccionaría como el gran publicista de sí mismo que siempre fue. Jiribilloso, cargado de anécdotas falsas o exageradas y siempre sabrosas, reticente a hablar de sus influencias literarias, sabía venderse como una especie de escritor 100 % natural que en realidad cargaba con abundantes y provechosas lecturas que supo disimular. 

Asimismo, está ahí algo del origen del boom, que, podemos comprobar, fue todo menos espontáneo. García Márquez y Vargas Llosa, como Carlos Fuentes en México, no solo supieron escribir como escribieron: supieron venderlo; llevarlo al mundo. Era un plan. Así se deja ver en “Dos soledades”. 

Y, claro, está un vislumbre de esa amistad que después se rompería sin remedio, por algún motivo desconocido pero también, a la larga, por incompatibilidades en varios terrenos, el político para empezar. Entonces, las cosas eran distintas. Mientras García Márquez mantenía entonces una sana distancia con la revolución castrista, Vargas Llosa aún no se volvía el crítico implacable y justo de la tiranía que conocemos. 

Los rescates editoriales tienden a ser frustrantes: pegotes con más proclividades a la lógica chafa de mercado que a la calidad literaria. Desde luego, no es el caso. Algo pasaba ese año 67. Bien está recordarlo.

POR JULIO PATÁN

JULIOPATAN0909@GMAIL.COM 

@JULIOPATAN09

MAAZ