COLUMNA INVITADA

Teoría crítica de la raza

El nuevo caballito de batalla de la derecha republicana es la llamada Teoría Crítica de la Raza (CRT, por sus siglas en inglés), un concepto de la ciencia jurídica que sostiene que el racismo en Estados Unidos es estructural

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

El nuevo caballito de batalla de la derecha republicana es la llamada Teoría Crítica de la Raza (CRT, por sus siglas en inglés), un concepto de la ciencia jurídica que sostiene que el racismo en Estados Unidos es estructural y que hay que combatirlo discutiendo con seriedad las leyes que marcan, discriminan e impiden la justicia racial. El término tiene más de cuarenta años y buscaba deconstruir el armazón legal desde la constitución a las leyes locales para propiciar un debate y, eventualmente, el cambio. Fox News ha mencionado 1,300 veces el término en menos de cuatro meses y hoy día quienes desde el supremacismo blanco no desean aceptar la historia racista de su país lo usan para excusarse, como lo hicieron antes con el feminismo o con los derechos LGTBQ.

No solo son las cadenas noticiosas conservadoras, sino las propias legislaturas republicanas las que la han tomado contra esta teoría, muchas veces sin entenderla, solo siguiendo la moda conceptual. Florida es el último estado que ha votado para restringir lo que se puede enseñar en las escuelas públicas acerca del pasado histórico. La legislatura ha dicho, textualmente, que los profesores no pueden definir la historia de Estados Unidos, sino como “la creación de una nación basada en principios universales mencionados en la Declaración de Independencia”. Seis estados más han pasado leyes similares en el último tiempo, Idaho, Oklahoma, Tenessee, Texas, Iowa y New Hampshire. Otras más están a punto de pasar leyes similares. Trump decía que el problema del país era la corrección política, sus correligionarios de partido piensan que la radicalidad -así la perciben- de discutir el racismo sistémico de sus instituciones será pernicioso a largo plazo. No entienden que cercenar la historia y blanquearla es mucho más peligroso. En algunos de los estados que menciono la prohibición contra la Teoría Crítica de la Raza alcanza, incluso, las universidades privadas que no pueden enseñarla o promoverla.

A pesar de tener décadas activa, esta teoría comenzó a ser cuestionada -sin saber incluso qué era- en la misma época en que, debido a la brutal muerte de George Floyd, el país despertó de un letargo en la materia. Christopher Rufo, un ultraderechista descargó su ira contra el término, sabiendo que era lo suficientemente oscuro como para que sus seguidores no cuestionaran su contenido, sino que asumieran que era un asunto de “izquierda”, “peligroso”. De hecho, Rufo apareció primero -todavía con Trump en la presidencia- con Tucker Carlson, en Fox News, diciendo que la TCR era una amenaza existencial a la democracia americana.

Es importante entender de qué estamos hablando. Básicamente la TCR afirma que la raza no es un hecho biológico, es una construcción social; sostiene que el racismo es heredado y que forma parte de la sociedad, que la jerarquía racial es sistémica -no es solo un prejuicio individual- y que el progreso en términos de la justicia racial solo avanza si se acomoda a los intereses de los blancos. Solo repasando lo anterior sería interesante preguntarnos por México, donde la raza y el color producen exactamente lo enunciado por la TCR y que ya discutimos hace semanas en El Heraldo debido a la importancia del movimiento en redes sociales llamado #poderprieto. Aquí intentábamos pensar colectivamente como salir de nuestro propio racismo mexicano y de la pigmentocracia que permea todas nuestras instituciones. De allí que el debate actual sea tan relevante a ambos lados de la frontera.

La “radicalidad” de la TCR consiste en poner el dedo en la llaga. En lugar de culpar a los individuos del racismo -o a grupos enteros de una sociedad- asume que son las propias instituciones sociales (el orden legal, el sistema educativo, el mercado laboral, el mercado inmobiliario y el sistema de salud) las que inherentemente producen, promueven y extienden ese racismo, porque está metido en sus leyes y regulaciones. En pocas palabras se trata de asentar que puede existir racismo sin racistas. Discutir a fondo el carácter sistémico del racismo y trabajar con ahínco para cambiarlo es una tarea pendiente tanto para los estadounidenses como para los mexicanos. La alternativa consiste en seguir pensando que no existe, que es un problema de unos cuantos blancos o ricos privilegiados.

Tenemos una responsabilidad moral que nos impele a hacer algo para cambiar ese estado de cosas.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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