OPINIÓN

Tengo hambre, pero no hay nada que comer

¿Alguna vez ha padecido hambre? ¿Ha sentido que el hambre no lo deja pensar, ni concentrarse? ¿Alguna vez ha visto a una persona, a un niño o una niña, que padece hambre y signos evidentes de desnutrición?

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Opinión El Heraldo de México.Miguel Ruíz-Cabañas Izquierdo / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

¿Alguna vez ha padecido hambre? ¿Ha sentido que el hambre no lo deja pensar, ni concentrarse? ¿Alguna vez ha visto a una persona, a un niño o una niña, que padece hambre y signos evidentes de desnutrición? ¿Conoce a un ser humano que haya padecido de hambre crónica, al punto de no haber logrado su pleno desarrollo físico o mental? Padecer hambre crónica no es una sensación momentánea, sino la consecuencia de la falta de ingresos personales o familiares, de la marginación permanente, de la destrucción de los medios de vida, de conflictos violentos en el país que uno habita, de recesiones y crisis económicas, de todo ello agravado por el cambio climático. El hambre es una de las peores manifestaciones de las injusticias sociales del mundo actual. No debe sorprendernos que muchas dislocaciones y estallidos sociales tengan su origen en el hambre que padece una población determinada. La frase atribuida a James Howell es cruel pero exacta: “Un hombre hambriento es un hombre enojado”. 

Ayer se hizo público el Informe sobre El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2021, un loable esfuerzo conjunto de varias organizaciones del sistema de las Naciones Unidas, incluyendo a la FAO, UNICEF, la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), y el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA). Hay que leer este Informe con cuidado, analizar sus cifras y datos, así como las causas que están llevando a un empeoramiento de la situación alimentaria a nivel mundial, que van más allá de los efectos de la pandemia. https://sdgs.un.org/events/state-food-security-and-nutrition-world-2021-sofi-33052  

Seis años después de la aprobación unánime de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Informe no permite ser optimista. El ODS 2 estableció que para el año 2030 se debería lograr la erradicación del hambre y todas las formas de malnutrición. La importancia de este Objetivo para el resto de los ODS no puede ser exagerada. Si no se erradica el hambre y la malnutrición, difícilmente podemos hablar de la erradicación de la pobreza extrema, de un sistema eficiente de salud pública, de una educación de calidad, de igualdad de género, o de crecimiento económico y trabajo decente. El ODS 2 nos exigía volver a las metas básicas de cualquier política social aceptable: erradicar la mayor de las injusticias. Mientras no avancemos como humanidad hacia el logro de ese Objetivo, persistirá uno de los más básicos dolores humanos.   

La pandemia agravó las causas estructurales del hambre en el mundo, pero no las creó. La pandemia no produjo a los millones de seres humanos que padecieron hambre en 2020, entre 720 y 811 millones de personas, lo que representó un incremento de entre 118 y 160 millones de personas que fueron arrastradas en el último año a situaciones de hambre crónica. Más aún, el Informe de la FAO y las otras agencias muestra que alrededor de 2 370 millones de personas en todo el mundo “no tuvieron acceso a una alimentación adecuada en 2020”, un incremento de más de 320 millones de personas en solo un año.  

La mala noticia es que las dietas saludables, de productos frescos y nutritivos, generalmente son caras, fuera del alcance de grandes grupos de población, alrededor de 3 mil millones de personas en todo el mundo. Las poblaciones más afectadas son las que habitan en países que atraviesan graves situaciones económicas, conflictos o guerras civiles, sequías prolongadas o inundaciones. Millones de personas están abandonando sus lugares y países de origen porque huyen del hambre. Casi 150 millones de niños y niñas menores de cinco años padecen retraso en su crecimiento físico, y casi 40 millones padecen sobrepeso y obesidad. En suma, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos para ampliar las redes de protección social de sus poblaciones, el Informe revela que en el último año se materializaron los escenarios más pesimistas sobre el impacto que la pandemia causaría en los niveles de hambre y malnutrición en el mundo. 

¿Qué se puede hacer para revertir estas tendencias? La respuesta de este Informe es simple: transformar los sistemas alimentarios de todo el mundo. Hay que mantener y ampliar los programas de apoyo a los pequeños productores. Hay que revisar las cadenas de producción y distribución de alimentos. Pero también hay que reducir las emisiones del sector agropecuario que, en conjunto, producen una cuarta parte del total de las emisiones que provocan el cambio climático global. Y también hay que disminuir la proporción de agua dulce que absorbe ese sector, alrededor del setenta por ciento del total, a nivel planetario. Para lograrlo hay que multiplicar las inversiones inteligentes, con nuevas tecnologías, que permitan mantener la oferta alimentaria, pero reducir el costo de dietas nutritivas. Hay que aumentar los ingresos de los pequeños productores en las áreas rurales más abandonadas. Todas son tareas titánicas, pero posibles, si se aplican políticas públicas adecuadas, y se cuenta con el apoyo de la cooperación internacional.  

Este Informe interagencial, coordinado por la FAO, ofrece seis estrategias principales: 1) integrar las políticas de atención humanitaria, de desarrollo y de construcción de la paz en los países afectados por conflictos; 2) fortalecer la resiliencia de los sistemas alimentarios; 3) fortalecer la resiliencia económica de los grupos más vulnerables -los pobres entre los pobres-; 4) Intervenciones en las cadenas de producción y suministro para reducir el costo de los alimentos; 5) programas contra la pobreza y la desigualdad estructural; 6) promover cambios en la alimentación de las poblaciones a través de la educación y la información. 

No todo son malas noticias. Hay esperanza. En septiembre próximo tendrá lugar la Cumbre sobre sistemas alimentarios de las Naciones Unidas, donde habrán de examinarse iniciativas y propuestas concretas de transformación de los sistemas alimentarios de todo el mundo. La presentación de este Informe es oportuna y alentadora porque contiene la información empírica, y la evidencia científica, de la necesidad impostergable de dicha transformación. Mi mayor reconocimiento a la FAO, el PMA, la OMS, UNICEF y el FIDA por esta contribución, que servirá para ordenar el debate, la agenda y las prioridades de la Cumbre y de los países.  

Hace dos años, cuando me desempeñé como asesor del entonces Director General de la FAO, José Graziano Da Silva, y a solicitud de éste, elaboré un estudio sobre cómo acelerar el progreso para alcanzar el ODS 2 en 2030. Fue antes de la pandemia. Pero algunas sugerencias contenidas en ese documento mantienen su vigencia, incluyendo la celebración de una conferencia mundial sobre sistemas alimentarios, y la adopción de un instrumento único sobre cómo aumentar la resiliencia de los países afectados por el cambio climático y los conflictos violentos. Un resumen de ese trabajo fue publicado este año por el Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en la Revista Mexicana de Política Exterior. https://revistadigital.sre.gob.mx/images/stories/numeros/n118/ruizcabanasiods2.pdf  

*Miguel Ruíz-Cabañas Izquierdo es Profesor y Director de la Iniciativa sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el Tecnológico de Monterrey 

@miguelrcabanas 

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