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Un gas

El sistema impositivo de México tiene efectos negativos sobre la inversión. En lugar de invertir, los individuos pagan impuestos

OPINIÓN

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Alejandro Echegaray / Campus / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Al grito de “Primero los Sobres”, el Presidente de la República se aprestó a defender a los suyos por los moches recibidos. León Felipe, el videasta y patrocinador de la familia presidencial, inmediatamente clarificó que había prestado sus ahorros.

La decisión de usar efectivo es comprensible ya que se trata de una operación encubierta al margen de las autoridades fiscales. Eso no parece ser un problema para el Presidente, que suele criticar la evasión o elusión fiscales cuando vienen de enemigos políticos o empresas transnacionales.

Y aunque pagar impuestos en México sea una monserga —especialmente si se pertenece a las defenestradas clases medias que han padecido los brutales efectos de la pandemia y la impericia burocrática que ha generado la peor crisis económica y sanitaria de la que se tenga memoria— durante su conferencia del jueves, el Presidente anunció que no habrá reforma fiscal: “no es necesaria, porque hay finanzas públicas sanas”.

Pero el problema no es sólo de ingresos públicos, sino de competitividad económica.

Los impuestos son un freno a la inversión, reducen la productividad y desincentivan el ahorro. Por eso, se necesita una reforma fiscal que aligere la carga tributaria de las clases medias y haga más amplia la base de contribuyentes.

En contra de la creencia generalizada de que las aportaciones son menores en México que en otras economías desarrolladas, la realidad es que los impuestos efectivos que pagan las empresas en nuestro país son más altos que en Estados Unidos y Canadá, por ejemplo.

El sistema impositivo de México tiene efectos negativos sobre la inversión. En lugar de invertir los individuos destinan sus ingresos a pagar impuestos. Si los ingresos personales se gravan, independientemente de su progresividad, se reducen los incentivos para trabajar e invertir.

Por ello, la reforma fiscal necesaria es una que amplíe la base gravable a un mayor número de contribuyentes. Los subsidios distorsionan la economía ya que siempre hay alguien que absorbe los costos. Por ejemplo, seremos los contribuyentes quienes financiaremos la nueva aventura presidencial para proveer a sus redes clientelares de Gas para el Bienestar.

La nueva ocurrencia presidencial es un despropósito que beneficiará a los miembros de las clases afluentes urbanas. Los subsidios son atractivos para los burócratas, ya que abultan sus redes clientelares y apoyo electoral, aunque en general son perniciosos para la economía.

Pero cuando el gasto público se utiliza para subsidiar combustibles fósiles, su efecto se vuelve económicamente catastrófico y ambientalmente imperdonable.

POR ALEJANDRO ECHEGARAY
POLITÓLOGO
@AECHEGARAY1

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