COLUMNA INVITADA

La perfección de los hijos

A la postre, Gauvin nació, un bebé sano, con cabello castaño, ojos azules, cuerpo palpitante de vida y vigor, pero bajo la sombra de la duda si sería sordo o no

OPINIÓN

·
Juan Luis González Alcántara / Columnista invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El 31 de mayo de 2002 el periódico Washington Post publicó un artículo intitulado “Un mundo propio”, que a la postre fue retomado por el filósofo Michael Sandel en su libro Contra la perfección, donde narra la historia de una hermosa familia conformada por Sharon Duchesneau, Candace McCullough y su hija Jehanne, quienes con ilusión esperan la llegada de su segundo hijo, al que llamarán Gauvin.

Sharon, Candace y Jehanne son sordas, pero no lo toman como una discapacidad, sino como parte de la identidad que arropan como valor familiar e identidad cultural, pues su núcleo cercano se conforma de una sólida comunidad que comparte sus ideales y valores.

Previo al nacimiento de Gauvin, Sharon y Candace, mujeres independientes con título de posgrado de la Universidad de Gallaudet, especializadas en salud mental, se sientan en la cocina tratando de imaginar la vida si su hijo no es sordo. Era algo que les costaba entender.

Por ello, al buscar un donante para inseminar a Sharon, estaban seguras de que el donante debía ser sordo; se pusieron en contacto con un banco de esperma local y preguntaron si se le podía proporcionar uno, lo cual fue negado, pues la sordera congénita es precisamente el tipo de condición que, en el mundo de la tecnología reproductiva comercial, hace que se elimine a un posible donante. Sharon y Candace le piden a un amigo sordo que sea el donante, él estuvo de acuerdo.

A la postre, Gauvin nació, un bebé sano, con cabello castaño, ojos azules, cuerpo palpitante de vida y vigor, pero bajo la sombra de la duda si sería sordo o no. A los tres meses se le sometió a diversas pruebas médicas auditivas y se determinó que no era ni sordo ni oyente, sino algo intermedio. Gauvin, tenía pérdida auditiva profunda en el oído izquierdo y, al menos, una pérdida auditiva severa en el oído derecho.

Los médicos determinaron que al tener algo de audición en el oído derecho se le podía ayudar; algo que un padre oyente, probablemente probaría con la esperanza de que con un aparato auditivo pudiera escuchar. Sin embargo, Sharon y Candace tomaron la decisión opuesta: lo querían sordo. Al final, si bien Gauvin no era tan profundamente sordo como su otra hija Jehanne, será bastante sordo, lo suficientemente sordo.

Esta historia nos hace reflexionar sobre la paternidad: si ser padres conlleva poder afectar la autonomía de los hijos de forma permanente, tanto en su desarrollo social como en su salud, o si implica dejar que ellos se desenvuelvan, aunque puedan resultar ajenos al entorno familiar.

No hay, ni habrá, una respuesta fácil. Sería muy simplista criticar la historia de Sharon y Candace, cuando todos los padres, aunque en diferente nivel, hacen lo mismo. Influyen, pensando qué es lo mejor para los hijos: sobre qué estudiarán, dónde deben trabajar, a qué escuela acudirán, la forma en que deben vestir y hablar, cuál y cómo debe ser su núcleo social y de sus amistades; es decir, la paternidad, en la mayoría de los casos, y sin reparar en ello, se ejerce vulnerando la autonomía de los hijos.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA

MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

PAL