ANECDOTARIO

“Disculpe usted”

Cuando estábamos cerca de nuestro destino, el misterioso hombre de atrás se levantó y salió del vagón un momento para hacer una llamada desde su móvil

OPINIÓN

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Atala Sarmiento/ Anecdotario / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

Tras unos días en Madrid con mi familia, abordé el tren rápido que me llevaría de vuelta a casa en Barcelona. Directa y decidida me senté en mi butaca sin poner atención a los rostros de los pasajeros que me acompañaban en el vagón.

En cuanto el tren arrancó a toda velocidad el pasajero que estaba sentado detrás mío hizo alguno de esos ruidos nasales molestos que te generan ganas de darle un pañuelo desechable mientras sueltas un chasquido para que se percate de tu desagrado.

Al poco rato del viaje, mi compañero de atrás se dejó vencer por el sueño. Lo advertí porque comenzó a emitir unos leves ronquidos que fueron haciendo de banda sonora durante la travesía en lo que yo admiraba cómo iba cambiando el paisaje de Aragón a Cataluña: de tierras áridas y trigales, a extensas zonas verdes donde crecen viñas, cipreses y olivos, la típica postal del clima Mediterráneo.

Cuando estábamos cerca de nuestro destino, el misterioso hombre de atrás se levantó y salió del vagón un momento para hacer una llamada desde su móvil. Para ello se quitó la mascarilla. La verdad es que yo no le hubiera puesto ninguna atención de no haber sido por el fondo musical que nos regalaba durante el viaje y entonces me fijé bien en su cara ¿Sí es él o no? Se parece muchísimo, juraría que sí es pero la mascarilla no me deja reconocerlo plenamente ¡Sí, es inconfundible, yo creo que sí es!

En eso se abrió la compuerta del vagón, el hombre caminó hacia su asiento y yo no pude quitarle la vista de encima de manera descarada tratando de reconocerlo y confirmar mi sospecha. Era él, el hijo del Mediterráneo, el que puso música a los más bellos poemas de Antonio Machado.

De impresión me paralicé en lo que mi mente no dejaba de crear ese momento en el que abandonaría la vergüenza y me levantaría para decirle: “Disculpe usted señor Joan Manuel Serrat, usted me acompañó toda mi infancia, sin saberlo, y desde entonces lo admiré; hace años tuve el placer de entrevistarlo en México y le regalé a mi padre ese disco en el que escribió una bella dedicatoria: “Para Rafael, papá de Atala, este manojo de canciones que ahora son vuestras”. Tiempo después me senté a su lado en una entrega de premios y el corazón me latía rápido de emoción cada vez que usted me sonreía con dulzura compartiendo lo que veíamos en el escenario del Auditorio Nacional; ahora vivo en Barcelona y también me hechizan esos atardeceres rojos a los que se acostumbraron sus ojos.

El tren se detuvo. Él cogió su pequeña maleta y, antes de emprender su camino, como un caballero, me cedió el paso. Me detuve al salir del vagón intentando decirle algo pero no me atreví. Lo miré subiendo al ascensor y tiré mi única oportunidad de hacerle saber que ese día sería para mí una de “Aquellas pequeñas cosas”.

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI

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