MIRANDO AL OTRO LADO

CDMX, vanguardia política de México

Las luchas políticas del México moderno tradicionalmente han empezado o concluido en la Ciudad de México

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al otro lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Las luchas políticas del México moderno tradicionalmente han empezado o concluido en la Ciudad de México. El comentario no es producto de un necio regionalismo. Es producto de la realidad política de una sociedad que se ha construido sobre la base de un hipercentralismo.

Aunque la clase empresarial se ha desarrollado en el norte, el centro y el sur del país, las grandes orientaciones económicas y financieras se toman en negociaciones finalmente articuladas en la capital del país, siendo México una sociedad centralista donde las decisiones, grandes y pequeñas, se toman en concierto con el gobierno federal. Lo mismo sucede con los conflictos laborales o sociales de gran envergadura.

En consecuencia, la sociedad capitalina se ha convertido en una notable brújula sobre los verdaderos sentimientos de la nación en distintos momentos épicos de su historia. Así como el temblor de 1985 tuvo como efecto colateral la organización de una parte de la sociedad desprovista de vivienda que persiste hasta el día de hoy, tres años después-en las elecciones de 1988-la sociedad capitalina se volcó hacia la oposición.

Por primera vez en más de 70 años la Ciudad de México eligió senadores de la República de oposición. Sucedieron cosas parecidas en otros estados, pero nada tan trascendente como en la Ciudad de México, por su impacto político sobre el resto del país. Además, la lucha por una profunda reforma política tuvo su epicentro en la Ciudad de México en los años siguientes. Carlos Salinas aceptó una moderada reforma política en la Ciudad, pero fue obligado a empezar el tránsito del IFE hacia su verdadera ciudadanización.

En la reforma política de 1996 Zedillo tuvo que reconocer la plena ciudadanización del IFE, con una estructura de consejeros totalmente independientes del gobierno, además de la elección de un jefe de Gobierno en la Ciudad de México. La reforma de 1996 abrió las puertas a la siguiente elección que sacudió al país, en 1997. Esa fue la elección que eligió a Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de Gobierno de la Ciudad de México y marcó el fin de la hegemonía priista en la Cámara de Diputados.

A pesar de haber sido una elección intermedia, tuvo un impacto histórico. La significación de esa elección es que los capitalinos lograron mostrarle al país que era posible derrotar al PRI. Hasta ese momento existía el mito de la invencibilidad del PRI en las elecciones. Esos comicios le mostraron al país que el PRI tenía pies de barro. Tres años después, en el año 2000, México votó mayoritariamente por un Presidente no priista, por primera vez en más de 70 años. 1997 abrió las puertas a la alternancia y 2000 la vio nacer en toda su fuerza y esplendor.

Las reglas de la democracia empezaron a funcionar. En las siguientes tres elecciones presidenciales se confirmó la alternancia como el deseo mayor de las y los mexicanos. 2006, 2012 y 2018 vieron cómo tres fuerzas políticas distintas ocuparon la Presidencia de la República, en transiciones relativamente tersas, excepto una, en 2006.

En el enorme esfuerzo por construir la democracia y la alternancia prevalecía un principio fundacional de la democracia: que en la justa comicial los vencidos tienen la responsabilidad de aceptar su derrota, y reconocer al ganador. Ese reconocimiento es condición sine qua non para que la democracia funcione. Sin el cumplimiento de esa condición no puede sobrevivir una democracia electoral y republicana.

Lamentablemente en todos esos años crecía, inadvertida- y subrepticiamente, una corriente de opinión antidemocrática y autoritaria en la sociedad mexicana, como la mala hierba. Encabezada por Andrés Manuel López Obrador, crecía la opinión entre un sector de la sociedad que rechazaba el principio democrático de aceptar las derrotas, además de nunca aceptar juicios adversos ni ceder al contrincante, ahora convertido en enemigo, y no competidor.

El candidato de otro partido no era visto como parte del juego democrático, sino que era convertido en traidor, enemigo del pueblo, envenenador de los intereses del pueblo bueno. Desde el inicio de su carrera política López Obrador usó el resentimiento social y el odio manipulado como un instrumento extraordinario de movilización política. Esto explica porque encabeza un gobierno cuya divisa y ADN político lo lleva a destruir instituciones, en vez de construirlas.

Nunca aceptó perder en Tabasco cuando compitió por la presidencia municipal y la gubernatura. Nunca aceptó haber perdido las dos elecciones presidenciales cuando fue vencido. Acusa que otras razones lo alejan de la victoria, jamás los errores propios. Siempre juzgó que intereses perversos y malvados le impidieron alcanzar la victoria.

Hoy es lo mismo. Niega la derrota de su gobierno local y su partido en la Ciudad de México. Acusa, ataca, calumnia, crea odio y resentimiento ante lo irrefutable: sufrió una derrota contundente en la ciudad. En vez de tener una visión de estadista buscando el bien general de la sociedad, tanto el Presidente como Sheinbaum, su corista local, descalifican a las autoridades electas por el voto popular mayoritario, acusándolos de “conservadores” y que ganaron sus lugares “haciendo terrorismo”.

AMLO dijo: “Aquí es donde se recibió el mayor bombardeo de mentiras y muchos compraron esas mentiras, muchos, y con esa manipulación en la capital de la República que siempre había estado a la vanguardia, ahora hubo un avance hacia el conservadurismo...y sectores de la clase media fueron influenciados”.

Ambos funcionarios descalifican y desprecian a las clases medias y consideran que la ciudad perdió la calidad de vanguardia, como dice el mismo Presidente. Ahí se equivoca. En esta elección, también intermedia como la de 1997, la capital de la República ejerció su carácter de vanguardia y le está indicando al país por dónde tiene que virar.

Lo que ocurre es que al Presidente no le gusta la nueva vanguardia, porque lo está rebasando y mostrándolo como caduco e inservible. Porque, así como en 1997 la Ciudad de México le dijo al país cómo votar en 2000, hoy, en 2021, la ciudad le está marcando la ruta para el México de 2024. Así son las vanguardias.

Rebasan a la autoridad cuando ven que es necesario deshacerse de lo viejo, lo gastado, lo que no sirve, y convocan a la renovación y a tomar caminos nuevos y distintos. Por eso los resultados electorales en la Ciudad de México son el anuncio de la vanguardia para la sociedad mexicana: aquí está la nueva ruta.

POR RICARDO PASCOE PIERCE
RICARDOPASCOE@HOTMAIL.COM
@RPASCOEP

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