ARTE Y CONTEXTO

¿Y por qué no habría llorar hasta que me seque el alma?

En la cultura mexicana, permitir que fluyan nuestras lágrimas es un poco intimidante y mal visto por los demás

OPINIÓN

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Julén Ladrón de Guevara/ Arte y contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“Quiero llorar porque me da la gana / como lloran los niños del último banco, / porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, / pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.”, escribió Federico García Lorca en 1930 en su visita a Nueva York. En sus palabras se percibe la agonía del dolor y tal vez, la angustia de ser silenciado por un tercero que no aparece en este párrafo del “Poema doble del lago Edén”. Esto último lo infiero porque está diciendo que la razón para llorar es nomás porque le da la gana, y eso me parece bien, sobre todo porque hacerlo en público en este país resulta complicado. La mayoría de las veces la gente te acalla, te mira con desgano o te reconforta con incomodidad. Celebro por ello que en este poema el autor no se justifique; solamente nos explica cómo desea hacerlo y por qué.

En la cultura mexicana, permitir con libertad que fluyan nuestras lágrimas sin reparo, cuando nos asalta una tristeza repentina en medio de la calle por ejemplo, es un poco intimidante y mal visto por los demás. Sin embargo hay llantos socialmente permitidos, como los berridos eufóricos de los hinchas del Cruz Azul o los de una plañidera, pero el llanto de dolor por la separación o la muerte de alguien amado tiene sus desventajas si lo hacemos frente a alguien más. Recuerdo que en el funeral de mi padre, algunas amigas se esforzaban mucho por que me sentara (a fuerza) o porque no estuviera tan descompuesta. Qué latoso fue, cómo me daban ganas de gritar que me dejaran en paz pero tenía que atenderlas y tolerar sus “atenciones”. Además de estar tristísima, estaba incomodísima.

Qué horror. En ese mismo cajón, guardo la imagen de mi amiga Lupita frente de la tumba abierta de su papá, viendo cómo descendía el féretro con desahogo contundente. Al mismo tiempo, una tía impertinente la callaba y ella sólo pudo gritar: “¡Déjenme llorar!”. Y sí, que angustia que se metan en lo tuyo cuando más concentrada estás, cuando menos deberían de estorbar esos invitados impertinentes.

Por eso, hoy que abrí Twitter y vi la publicación de alguien que preguntaba qué lugar era el mejor para llorar, me sentí mejor con la humanidad. Las respuestas eran variadas y todas me parecieron buenas: iban desde el clóset, la cama o la cantina, hasta los parques públicos y las salas de velación del hospital. Estas recomendaciones  eran serias y de gente que lo hacía con regularidad porque la cultura de la expresión de la tristeza está cambiando con esta generación.

Lo que más me gustó, fue el mapa que Gonzalo/@YONOFUI hizo de los lugares públicos para llorar en la CDMX, marcados con un corazón roto o un emoticón lacrimoso en el punto clave. De mis favoritos están el audiorama de Chapultepec, el espacio escultórico de la UNAM (suscribo), el mirador del monumento a la Revolución, las escaleras de la biblioteca central o la monumental fuente de Neza. Y es que ¿por qué no habríamos de estar en un lugar bonito, reconfortante, desahogándonos un día que decidamos abrirnos al dolor? Todos llevamos mucha tristeza intoxicante acumulada y hay que hacer algo para sanar, por eso además del mapa de Gonzalo, les recomiendo “Balada para mi muerte” de Piazzola interpretado por Susana Rinaldi, una botella pequeña de vino tinto y la cuenta de Twitter a la mano, para no sentir además de la tristeza, el peso de la soledad.

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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