COLUMNA INVITADA

La guerra de lo esencial

Las redes son campos electromagnéticos en los que por fuerzas centrípetas y centrífugas el usuario llena su contenido, lo inventa y reinventa

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Michel Maffesoli afirma que en este tiempo otra vez tribal los comportamientos virtuales anuncian lo que será nuestra nueva socialidad.  Facebook e Instagram son la medida de la amistad futura. Certificado por Facebook, eres mi amigo. En Instagram, mi cercano. Valery lo intuía: no hay nada más profundo que la piel. Elogio de lo epidérmico, lo superficial por vez primera sin adjetivos. Superficial que no significa banal. Las redes son campos electromagnéticos en los que por fuerzas centrípetas y centrífugas el usuario llena su contenido, lo inventa y reinventa, incluso con sus poderosos motores de búsquedas o sus programas ad hoc que con absoluta amabilidad vuelven a un aparentemente simple portal de relaciones sociales en un parámetro de nuestro nuevo cibergregarismo.

Después del prefacio, antes del postfacio: el presente perpetuo, el interfacio, lugar donde la nada se hace lenta y, quizá podamos salvarnos del nihilismo. La literatura debe ser un arma de destrucción masiva.

Por eso los escritores estamos en guerra. El siglo XXI es el siglo de la guerra entre dos monoteísmos igualmente banales y excluyentes, un imperio que es el último religioso de occidente –trastocado siempre en empresa, en consorcio ya no en la fábrica que estudió el marxismo- y un terrorismo que es no el otro maldito, sino su complemento.

En sólo dos siglos hemos convertido en nada todo lo que habíamos heredado. Y hemos matado, entre otros, a la literatura. Hoy la prosa tiene denominación de origen, la prosa Tequila o Champagne. La ruina es también territorio del mercado. No hace falta más que mirar a todos esos artistas convencidos de la ruina del arte y ellos mismos arruinándolo todo. Arte de la ruina o ruina del arte, está por verse.

Hay que destrozar la comodidad de la oración. Avanzar contra las frases ancianas, usadas, adversas, despertar y provocar, como dice el Evangelio Apócrifo de Tomás: “Aquel que conoce el mundo descubre un cadáver y aquel que descubre un cadáver no puede estar contenido por el mundo”

Se tata de meterse de nuevo en la vida, mediante el trabajo de destrucción del lenguaje hecho y de la ciudad del sentido común. Las frases de los sonámbulos y su régimen mortífero, de periodismo de hotel o de blog narcisista, de la infinita banalidad de Facebook o de Instagram y sus fotos de lindos gatitos.

Necesitamos a la literatura más que nunca. Necesitamos libros que sean otra cosa que libros. Hace unos días un amigo y discípulo afirmaba que una canción o un programa de televisión son más relevantes que una novela. La lindura de la miopía. Más que alarmarme, lo consideré un síntoma. Lo grave es la enfermedad. Hemos consagrado a la banalidad como relevante.

Si el mundo es una mera apariencia organizada a la que es preciso atravesar con una lanza, hay que atreverse. Vivimos en el tiempo que Kafka anunció; el momento de mayor riesgo, el momento donde se pasa de la muerte a la vida: esa es, curiosamente la experiencia misma de lo literario. Acabar con lo real banal que no es ya otra cosa que lo real mediatizado en esta sociedad que se ha instalado en su proceso de autodivinización espectacular, el que anunció Debord.

Pensar la literatura como una experiencia espiritual fundada en el lenguaje, en contra de todas las formas de domesticación de lo literario.

Leo: “El sueño humanista resultó una pesadilla cuya paradoja Terminal es lo que sigue en medio del triunfo universal de la razón en el hombre víctima sin cesar de lo irracional.” Y como la literatura no puede vivir si no le fijamos límites desmesurados, propongo que se convierta en una línea de fuga deleuziana que todo lo dinamite.

Las obras del futuro son las obras del pasado vistas desde una nueva perspectiva. Tzara: “Amo una obra antigua por su novedad”.

En su territorio, región cercana a la única experiencia posible, ya nada tiene que ver con el yo. La experiencia ilumina en el lugar más oscuro. La literatura del destierro, el hombre y el escritor como extranjero, sólo desde allí se mira.

Hay que demoler es la retórica literaria actual sobre la que se sostiene la máquina de domesticación de la literatura y sus reproductores en el mercado.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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