MALOS MODOS

México, aquel país tan culto

El libro 'Pasiones, fracturas y rebeliones', de Ángel Gilberto Adame, ofrece una historia del triángulo amistoso entre Neruda, Paz y Bergamín

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El libro empieza con una reunión multitudinaria y termina con una separación a tres bandas. La reunión es el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, un encuentro con una nómina de veras extraordinaria (Nicolás Guillén, Antonio Machado, André Malraux, WH Auden, Elena Garro, Rafael Alberti, María Zambrano y César Vallejo, entre muchos, muchos otros) que tuvo lugar en Valencia, el 37, en plena Guerra Civil Española, con los afanes de apoyar a la República y a la URSS de Stalin, no necesariamente en ese orden.

La separación, complicada, llena de idas y vueltas, tormentosa, marcada por contradicciones y hasta paradojas, es la que consumaron Pablo Neruda, Octavio Paz y José Bergamín, participantes en el Congreso y unidos en su día por una amistad que no excluía la admiración, pero tampoco la mezquindad, caso del chileno. El libro se llama Pasiones, fracturas y rebeliones, se lo debemos a Ángel Gilberto Adame y ofrece una historia de ese triángulo amistoso que es, en realidad, más que eso.

Mucho más. En torno a Paz y Neruda, sobre todo, y en menor medida en torno a Bergamín (esto lo digo yo, no Adame), se desarrolló lo más sustancioso del debate político y de la creación literaria en un lapso particularmente vivo del siglo XX, que es el que va de la Guerra Civil a los primeros 60. ¿Qué debates son esos? Los que giran alrededor del estalinismo, primero, enseguida del llamado socialismo real en un sentido amplio y, por fin, de la revolución castrista.

Debates de los que sale ganador Paz, un lúcido crítico de la atrocidad leninista que pronto supo moverse del sovietismo a una izquierda mesurada, democrática, decente, con tintes liberales, y por lo tanto lejos del fanatismo narcisista de Neruda, un estalinista amante de los lujos, y de la congruencia bolchevique de Bergamín, un madrileño que terminó sus días como simpatizante de ETA, porque la congruencia no excluye la estupidez.

Un debate en el que intervienen, en distintos momentos, exiliados españoles como Juan Ramón Jiménez, novelistas como Alejo Carpentier o –entre los que también entienden las cosas como es debido– Vargas Llosa, filósofos como un joven Fernando Savater o escritores-propagandistas como el soviético Iliá Ehrenburg.

Y es que el libro de Adame es un atractivo retrato de época y un buen ejercicio de historia de las ideas, claro y documentado. Haríamos bien todos, sin duda, en leerlo, por una razón más: en el corazón de ese furor intelectual estuvo México, el país de Paz y por muchos años el de sus dos amigos-enemigos, dos trasterrados.

Estas páginas son también las de Carlos Fuentes, Efraín Huerta, Salvador Novo o Martín Luis Guzmán. En días como estos, de culto a la ignorancia y la zafiedad, no está mal recordar que en estas tierras también pasan cosas así.

POR JULIO PATÁN

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