COLUMNA INVITADA

Latinoamérica y el futuro del liberalismo

No se puede ignorar la dimensión social si se aspira a tener gobernabilidad

OPINIÓN

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Claudia Ruiz Massieu/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Colombia está sumida en una ola de protestas que comenzaron en respuesta a una polémica reforma tributaria, propuesta en abril por el gobierno de Iván Duque. La reforma pretendía compensar el déficit fiscal, causado por la emergencia sanitaria, mediante acciones como ampliar la base de contribuyentes, aumentar impuestos a la clase media y gravar diversos productos básicos. Su objetivo era fortalecer las finanzas públicas para reducir el endeudamiento del país. 

Si bien técnicamente era una medida necesaria para mantener la estabilidad de la economía, habría tenido un impacto de corto plazo en el bolsillo de los colombianos. El presidente la retiró después de días de intensas manifestaciones que empezaban a desbordar la gobernabilidad, marcadas por un uso excesivo de la fuerza policial que profundizó el descontento social. 

En Chile, se acaba de elegir a la Asamblea Constituyente que habrá de redactar una nueva constitución. Los partidos tradicionales fueron los grandes perdedores de los comicios. En conjunto, las candidaturas independientes y los grupos de izquierda –entre quienes destacan algunas posiciones radicales, e incluso antisistema– obtuvieron la mayoría calificada necesaria para aprobar el futuro texto constitucional. 

Recordemos que el origen de este proceso fue el estallido social iniciado en 2019, tras un aumento de la tarifa del transporte público que provocó movilizaciones en todo el país. El resultado fue el plebiscito nacional en el que una mayoría ciudadana se expresó en favor de una nueva Ley Fundamental. 

Si bien son casos distintos, Chile y Colombia comparten algo en común: en los últimos años, habían logrado consolidarse como ejemplos de estabilidad política y económica en América Latina. 

Con todo y su conflicto armado, Colombia es un país de instituciones sólidas, cuya credibilidad le ha permitido mantener índices económicos positivos durante décadas. Chile, por su parte, se ha distinguido por un crecimiento constante y un aumento sostenido en el ingreso per cápita; la transición construyó un sistema de contrapesos que garantizaba equilibrios políticos. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué los valores liberales no han arraigado en nuestra región? ¿No son suficientes los avances democráticos y el éxito económico de los países? 

La situación en Colombia y Chile deja una lección invaluable para los gobiernos, los partidos y las élites liberales latinoamericanas: si bien la técnica y la eficiencia son indispensables para guiar las decisiones de gobierno, no se puede ignorar la dimensión social si se aspira a tener gobernabilidad. 

Los estudios serios muestran que, incluso con desarrollo económico generalizado y menos pobreza, las desigualdades estructurales están fuertemente correlacionadas con el ascenso de regímenes autoritarios. Irónicamente las democracias, por su carácter pluralista, abren la puerta a salidas demagógicas que aprovechan el descontento social y, una vez en el poder, vulneran la propia democracia a través de la cual fueron electas. 

Las fuerzas liberales deben insistir en el valor de la técnica, pero sin caer en posiciones irreductibles, que pongan en segundo plano la necesidad de atender rezagos sociales que, mientras permanezcan, serán un caldo de cultivo para los populismos. Si queremos superar los retrocesos democráticos, debemos entender que los valores liberales sólo arraigarán ahí donde, junto a la democracia y el crecimiento, haya justicia e igualdad social. 

POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
SENADORA POR EL PRI
@RUIZMASSIEU

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