COLUMNA INVITADA

Salgado Macedonio como síntoma

Se le nombró candidato a la gubernatura de Guerrero, a pesar de las protestas masivas y sostenidas de colectivos feministas y de la sociedad civil por ser un presunto violador

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

No se puede ser a la misma vez dueño de la rebeldía y del poder. No se puede ejercer de estadista y mandar al diablo las instituciones. Incluso si se quiere leer la histórica recientemente como “los renglones torcidos del neoliberalismo”, para parafrasear el título de Luca de Tena, hay que defender la democracia, la sana división de poderes.

Hace pocos días, para participar en un foro, estuve revisando las obras de Jesús Reyes Heroles (8 tomos en el Fondo de Cultura) y me topé no con alguien solo presto a la gracejada o a la puntada, a pesar de sus frases célebres (“En política la forma es fondo”, entre otras), sino frente a un verdadero intelectual orgánico; alguien que pensaba que la acción no está reñida con el pensamiento.

En algún momento, a finales del espantoso sexenio de Díaz Ordaz su nombre sonó para ser el nuevo presidente dentro del esquema del famoso dedazo. El problema es que para serlo tendría que cambiarse la ley, pues no era hijo de mexicanos -un impedimento hasta entonces. Don Jesús, como le llaman hoy mismo propios y extraños se negó. No se iba a modificar la Constitución para hacer caber su caso, individual. No se podía permitir un legalista como él alterar los renglones legales. En el presidencialismo de entonces hubiese costado una firma. Todo esto viene a cuento porque hoy en día estamos viviendo un ambiente de río revuelto, ganancia de maledicentes.

El caso de Félix Salgado Macedonio es conspicuo. Se le nombró candidato a la gubernatura de Guerrero, a pesar de las protestas masivas y sostenidas de colectivos feministas y de la sociedad civil por ser un presunto violador. Más tarde se repuso el procedimiento y Morena volvió a proponerlo. El INE tiró su candidatura no por la razón arriba mencionada, sino por errores legales en su inscripción como candidato. Ante eso el candidato fallido amenazó con inusual iracundia y vulgaridad, “no le toquen los huevos al toro”, la menor de las ofensas.

Como si esa masculinidad mal vivida y peor experimentada por la ciudadanía le permitiera además mofarse así de sus acusaciones de violencia sexual. Mientras esto ocurría, allí lo más grave, el propio presidente negó la validez del árbitro de la contienda y volvió a la carga intentando denostar la confianza en el Instituto Electoral, en su presidente y los consejeros. Lo mismo ocurría aquí en 2020, con el presidente Trump anunciando desde antes de las votaciones fraude (uno que él mismo intentaba por todos los medios para reelegirse).

Fatal acción que permite el tercer acto de esta farsa que ya ha llegado demasiado lejos. Salgado Macedonio amenazando a los consejeros, diciendo que se iría a sus casas, amedrentando con la violencia física, con el escrache, con muchas más cosas. Mientras escribo aún Morena o el presidente no salen a acusar a su candidato fallido y no se pronuncian no solo en contra de él, sino en términos categóricos proponiendo un candidato altero.

Prudencia obliga. Si antes el propio Félix Salgado había dicho que o estaba en la boleta o no había elecciones ahora la amenaza hace que temamos no solo por la integridad física de los consejeros y sus familias, sino por la legalidad misma del proceso electoral del 6 de julio. Hemos caminado un largo trecho para lograr que esta democracia, aunque sea en pañales, nos represente. No podemos dar ni un paso atrás, pésele a quien le pese.

No podemos volver al autoritarismo, al presidencialismo, a la negación del voto ciudadano. Aún más, necesitamos repetir a diestra y siniestra que el nuestro debe ser y es un país de leyes, un país de instituciones, un país de división de poderes. Si la llamada 4T busca trascender debe hacerlo desde la legalidad. El cambio solo puede ocurrir dentro de la democracia y las instituciones, aunque cueste más trabajo y más años.

Lo otro sería una regresión imperdonable que haría toda modificación imposible. Gramsci hablaba bien de la revolución pasiva. Este régimen debería verse, a mi juicio, dentro de la etapa que el teórico intaliano llamaba risorgimento, siguiendo a su maestro Vico. En la humildad de una transición paulatina hacia la izquierda y la justicia está el verdadero cambio, no en reescribir nuevamente los libros de texto gratuito.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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