COLUMNA INVITADA

Listas, más listas

Las listas que reducen las cosas y hacen abarcable lo imposible. Los cien libros que todo ser humano debería leer antes de morir suena accesible

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

En Estados Unidos, donde todo es acumulación, se suelen hacer “bucket lists” (¿deseos en la cubeta?) donde se vierten mentalmente o por escrito, todas las cosas que se quiere hacer o leer o ver antes de morir. Solo hay una cosa peor que hacer listas, seguirlas.     Si se tratase de libros, según Google hay en el mundo disponibles para ser leídos: 129, 864, 880. Suponiendo lo imposible: un libro cada tres días nos daría 120 libros al año. Si esa misma persona logra vivir hasta los setenta y empezó a leer a los ocho, eso nos da 62 años de lectura y (si nunca dejó de leer nuestro hipotético súper lector habrá leído 7,440 libros a lo largo de su erudita existencia. Le quedarán por leer aproximadamente 129 millones 857 mil 440 libros. Inserte aquí un emoji de risa.

Las listas que reducen las cosas y hacen abarcable lo imposible. Los cien libros que todo ser humano debería leer antes de morir suena accesible. ¿Quién decide, sin embargo, entre los casi ciento treinta millones de libros que se han escrito cuáles son esos cien, o esos mil o esos diez inevitables? José Emilio Pacheco realizaba un curioso ejercicio al inicio de cada año en su Inventario, revisaba los libros más vendidos de ese mismo año pero un siglo antes, solo para percatarse que nadie conocía a esos autores que cien años antes eran los imprescindibles, los seguidos y buscados hasta el cansancio. 

¿Qué importa más, la calidad o la cantidad que leemos?  ¿Qué es más importante, viajar a un lugar y conocerlo o viajar a diez y solo bajarse y subirse al autobús de turismo y acumular fotos de los lugares apenas visitados?

En La mente distraída de Larry Rosen, se explica que vivimos un tiempo más complejo, por culpa del mundo digital. El problema central no es el tiempo, es la distracción y la ilusión de hacer más de una cosa al mismo tiempo. actividad imposible de lograr. Nuestro turista no solo toma la foto en tiempo récord, sino que pasa los siguientes minutos posteándola en sus redes sociales. Va a un restaurante, toma la foto de la comida, pone todas las etiquetas posibles y para el momento en que termina ya se están subiendo a otro autobús. Solo prueba o engulle la comida, pero no la disfruta. Como no ha realmente viajado, solo ha conocido. El turista y el viajero pertenecen a mundos distintos. De la misma manera el verdadero lector y el consumidor de libros no leen igual.

Un adolescente promedio manda 3,200 mensajes de texto al día (sí, querido lector, leíste bien) y un trabajador promedio consulta su correo 45 veces en las ocho horas de trabajo. Toma al menos 45 segundos volver a concentrarse después de esas constantes interrupciones. No se trata de retirarse a un bosque a leer los pocos libros que en los años que nos restan de vida nos son posibles. No. La salida es evitar la distracción, encontrar los libros que necesitamos, aunque sean dos o diez y entregarnos a ellos como uno se entrega al primer amor. Solo así la lectura tendrá sentido y será central. Solo así dejaremos de hacer listas y de seguirlas y pensaremos críticamente que toda lista es una simplificación innecesaria y que la vida, sí, la vida, no puede estar completa sin algunos libros, no importa cuántos, pero sí los necesarios.

Unos cuantos amigos, los verdaderos (aunque no nos sigan en Facebook o Instagram, pero sí nos hablan por teléfono, nos escriben cartas o nos visitan cuando no hay pandemia). También con la música. Recuerdo la primera vez que pude comprar con mi propio dinero un LP. La quinta de Mahler, Claudio Abbado. El rito de ponerlo, de escuchar cada uno de los dos lados Recuerdo cada instante de esa tarde en el viejo tocadiscos de la casa de mis padres. Ahora puedo simplemente bajar ese álbum a mi lista y tocarlo en mi computadora o en mi teléfono. Es difícil que haga el tiempo para escucharlo, sin hacer nada más. Toda la sinfonía, cada uno de sus movimientos. Porque ese teléfono o esa computadora son también cajas de distracción. No hagamos listas, vivamos, simplemente y gocemos lo que la vida nos dé.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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