CAMINAR SOBRE LA LUNA

Descalza y con los pies en la tierra

Me propuse escapar, aunque fuera por un día, a contactar con la naturaleza. Las grandes ciudades siempre están rodeadas de áreas naturales, sólo hay que salir a explorar

OPINIÓN

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Adriana Azuara/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Iniciamos el año con una rapidez insólita, pareciera que los días no tienen fin y el momento que vivimos nos parece interminable. Nuestra mayor compañía son las pantallas que nos absorben hasta dejarnos agotados para volver a comenzar nuestra rutina.

Decidida a no dejarme envolver en este ánimo, me propuse escapar, aunque fuera por un día, a contactar con la naturaleza. Las grandes ciudades siempre están rodeadas de áreas naturales, sólo hay que salir a explorar, y esta vez tocó por La Marquesa. Mi intención a toda costa fue evitar las multitudes, así que me adentré en la carretera a El Tejocote, donde di con una cabaña de madera tan rústica como la de un leñador, mesas de aluminio en el exterior, y atrás un bosque inmenso. 

Nos recibieron con una gran sonrisa, aún a través del cubrebocas es posible sentir la energía de quienes están felices de darte la bienvenida como cliente. Tomé un lugar y acepté una taza de café de olla, ese que te remonta a tu infancia con sabor a barro, piloncillo y canela.  Debo decir que con la taza entre mis manos aprecié el silencio, sólo se oía el murmullo del choque de las palmas de las manos mientras preparaban las tortillas. Silencio que te envuelve suavemente, te tranquiliza y te recuerda que respiras. 

Lo más recomendable es comer y después recorrer las áreas. Vas a necesitar caminar luego de comerte todas las delicias del rumbo. Ahí cocinan en estufas de adobe, en cazuelas de barro, con comales. Imperdible la sopa de hongos con quesadillas de huitlacoche, flor de calabaza, chorizo verde y queso. El postre es sencillo, pero delicioso: gorditas de nata calientitas al comal. Ahí todo sabe a tradición, a México.

Con el corazón más calmado, la panza llena y el café terminado, decidí adentrarme en el bosque; el encierro hace que cuando tienes oportunidad de salir pareciera que todos tus sentidos se alertan, así que el olor a tierra mojada, árboles y flores fue más potente que nunca y penetró en mi respiración expandiendo mis pulmones; debo decir que está comprobado que absorber la atmósfera del bosque disminuye los niveles de cortisol, que es la hormona del estrés. Yo necesitaba todo su cobijo.  

Los árboles que me rodeaban eran anchos y de raíces profundas, y al pie de ellos crecían aldeas de pequeños hongos que daban la ilusión de ser casitas para duendes. Al levantar la vista me encontré con las copas de esos gigantes que parecían alcanzar el cielo entrelazados unos con otros. Me sentí rodeada de vida y magia. 

Dentro de mí sabía que necesitaba más que nunca sentir la tierra, reconectar con ella. Me quité las botas, los calcetines, me arremangué los pantalones y caminé sintiendo en las plantas de los pies su esencia, su energía y su temperatura, esa textura fría y rugosa. Reconocí su frecuencia y resoné con ella absorbiendo su energía. Sanando mi alma, armonizando la respiración y los latidos del corazón. 

Fue ahí, en ese momento, que agradecí sentirme viva, descalza y con los pies en la tierra.

 

POR ADRIANA AZUARA
@ADRYAZUARA
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