COLUMNA INVITADA

Vivir en esta nueva normalidad

Salí indemne esta vez gracias a la doble dosis de la vacuna (me aplico el refuerzo el 28, día de los santos inocentes, solo para documentar mi optimismo), pero las condiciones de resistencia a la enfermedad fueron duras, la fatiga aún en el organismo y además el estigma de la enfermedad

OPINIÓN

·
Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Omicron ha llegado, destrozando todos los planes. El 73% de los casos nuevos, ha anunciado en Estados Unidos la CDC, son de esta mutación del virus que nos ha mantenido encerrados y en vilo por casi dos años. Ayer un amigo en Nueva York me escribía: “Aquí todos tenemos Covid, ¿cómo va todo por allá?” Yo mismo, a pesar de haberme cuidado al máximo caí hace dos semanas presa del virus. ¿Cuál variante? No importa. Salí indemne esta vez gracias a la doble dosis de la vacuna (me aplico el refuerzo el 28, día de los santos inocentes, solo para documentar mi optimismo), pero las condiciones de resistencia a la enfermedad fueron duras, la fatiga aún en el organismo y además el estigma de la enfermedad.

De lo pandémico a lo endémico, pensemos. Vamos a vivir ya en un mundo no post-Covid como pensaban muchos, sino donde las mutaciones del virus serán parte de nuestra vida cotidiana. Antes decíamos que éramos una generación de cada siglo que habíamos vivido a nivel planetario algo terrible, ahora creo que las condiciones de viaje y de traslado tan distintas a 1918 hacen que el fenómeno sea incontrolable. Para muestra un botón: allí donde Omicron hizo sus primeras visitas, Canadá, Holanda, Reino Unido, son los países que tienen minería en Sudáfrica. ¿Hay manera de cambiar esto? No, es la nueva globalidad. Nos enfrentamos a otro invierno crudo, donde hay que extremar precauciones pese a que habíamos bajado la guardia.

El otro fenómeno, incontrovertible, es que los países más vacunados son los más ricos, que el asunto sigue siendo uno de inequidad, riqueza en el norte y pobreza en el sur global. La India, África, Brasil y otros lugares del mundo, desfavorecidos son quienes, por así decirlo, exportan nuevas variantes del mismo virus: nuestra endemia es producto del capitalismo global, su exacerbación sanitaria. ¿Quién imaginaba a finales de febrero de 2020 que viviríamos en una distopia, en una mala película de ciencia ficción? Nadie en su sano juicio hubiese pensado en las consecuencias económicas, políticas y sanitarias. Menos aún en el tiempo larguísimo en que todo ha sido suspendido y en el que la incertidumbre se ha vuelto la única cara de la humanidad.

Los escándalos siguen, por doquier: si Boris Johnson tuvo una fiesta en pleno periodo de restricciones (uno de sus miembros del gabinete renunció por la misma razón), que si Trump estuvo contagiado antes de anunciarlo y de hecho estaba enfermo en el debate parafernalio contra Biden que quizá le costó la reelección. Ese no es el problema. Es más grave. Lo que yo, como seguramente muchos de ustedes también se preguntan, es qué importa esto frente a la debacle planetaria al hecho mismo de que no estábamos capacitados para enfrentar una enfermedad global de esta magnitud con la cantidad de intercambio, viaje y comercio del siglo XXI.

¿La catástrofe o la esperanza? En esa balanza oscilan las ideas y los pensamientos frente a la duda enorme de qué nos deparan los próximos meses, incluso las próximas semanas. Bruno Latour pensó en cambio en qué era lo que deseábamos cambiar -y que el COVID-19 nos hizo conscientes de- que hay que evitar regresar al modo de producción de la pre-crisis. Sin embargo, cada vez se me hace más difícil pensar que eso ocurrirá. Para Latour lo que la pandemia provocó fue la posibilidad de que un sistema político colapsara en cuestión de horas o días. Para él significaba el hecho de dejar de pensar la vida humana en términos económicos, algo sumamente reciente. Esa intuición humanista es central y no deberíamos dejarla de lado nunca. Sin embargo, me acaban de contar acerca de una bióloga que no se quiso vacunar y que ante el hecho de ir a una fiesta les dijo a sus amigas que un representante “de Fauci” en Centroamérica le dijo que ella era un “foco de contaminación”. Sus amigas le respondieron que ella decidiera. absurdo que una persona formada en la ciencia no se haya vacunado. Yo puedo decir que soy un claro ejemplo de que las vacunas sirven: me contagié, pero no fui hospitalizado ni estuve en riesgo de muerte, gracias a la ciencia. Frente a Omicron, más y más ciencia, por favor.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU

COLABORADOR

@PEDROPALOU

PAL