COLUMNA INVITADA

Por una Navidad más feliz

Si algo podría decir que considero bueno no sólo para estas fechas, es una costumbre muy arraigada en mi familia, que nos fue transmitida por nuestros padres y que nosotros pretendemos pasar a nuestros hijos: comprar no sólo regalos a los seres queridos, sino también para quienes no conocemos

OPINIÓN

·
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

En estos días nos detenemos a pensar sobre la situación por la que atraviesan muchos de nuestros compatriotas, la mayoría que habitan en zonas rurales o en las mismas urbes, pero en condiciones de miseria extrema. La falta de interés, la indiferencia y la indolencia de quienes tenemos la oportunidad de vivir en las colonias más privilegiadas, crecemos, casi siempre, sin otro pensamiento que el de lamentarnos por algún inconveniente de la deficiencia de los servicios que disfrutamos.

La temporada navideña es época de regalos que se refleja en forma distinta, según el nivel socioeconómico de las personas. El que mucho tiene casi siempre recibe mejores cosas que el que más necesita, y el mismo necesitado en pocos casos, guiado por la publicidad consumista y la mal formada costumbre, se endeuda para buscar agradar a personas o pretender “quedar bien” ante quienes no dejarán de ver con desprecio la miseria de sus prójimos. 

Si algo podría decir que considero bueno no sólo para estas fechas, es una costumbre muy arraigada en mi familia, que nos fue transmitida por nuestros padres y que nosotros pretendemos pasar a nuestros hijos: comprar no sólo regalos a los seres queridos, sino también para quienes no conocemos.

Desde pequeños, cuando mis hermanos y yo pedíamos un regalo, no únicamente con motivo de la Navidad, sino por un cumpleaños, nuestros mayores no sólo nos daban algo, sino adquirían lo mismo para algún niño que también lo necesitara. Y no sólo eso, nos acostumbramos a desprendernos lo mismo de juguetes, que de ropa, o libros, de tal manera que mi madre pedía a cambio del nuevo alguno de los objetos que teníamos.

Esa práctica, como la de regalar los objetos de nuestra casa cuando todavía estaban en uso y tenían un período de vida para prestar algún servicio, la consideramos como parte importante de nuestra educación, que nos formó con la simple filosofía de que, si es bonito recibir algún objeto como presente, más lo es hacerlo, y muchísimo más importante a alguien que sí lo necesita y ello no sólo de objetos viejos o de ropa que ya no nos queda.

No como dádiva, sino como un regalo. Hagamos que valga la pena el gran obsequio que nos dio aquél cuyo advenimiento festinamos en la Natividad: el amor al prójimo.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

PAL