COLUMNA INVITADA

El hombre no es el centro del universo como se cree

Todo sigue girando en torno al poder político y económico; se atiende muy poco la salud y casi nada a la educación

OPINIÓN

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Diego Alcalá Ponce / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

En lo único que se ha progresado es en la ciencia y la tecnología, pero, ¿para qué nos ha servido?

Desde su aparición en algún rincón de este planeta, hace no se sabe realmente cuántos millones de años, porque la evolución de la humanidad es algo que va y viene en la inmensidad del tiempo, el hombre ha tenido la idea de vivir, primeramente, en grupo y luego en familia.

La idea de la familia ha sido —y sigue siendo— el núcleo principal de la integración social como seres pensantes y racionales. Durante siglos, hemos tratado de agruparnos para conservar la unidad que hasta hoy, aparentemente, “disfrutamos”; sin embargo, el proceso evolutivo de la humanidad nos ha llevado por otros rumbos.

Como parte de todos los seres vivos, el humano-hombre, que hasta hace poco se creía el centro del universo, no podía ser la excepción de todo cambio, puesto que, al ser resultado de la interacción con la naturaleza, necesariamente tiene que evolucionar. Lo que ha traído que, a lo largo de la evolución de la especie, el hombre transforme su manera de pensar y actuar, sin importar que para su supervivencia se destruya a sí mismo. Ese ha sido, es, y al parecer seguirá siendo, el ser humano por siempre…

Pero, ¿realmente el ser humano ha vivido en sociedad? Difícil de entender y aceptar, pero, a decir verdad, nunca ha sido así, porque ese concepto conlleva muchas acepciones; lo único cierto es que el ser humano ha vivido en grupos y comunidades, pero no en sociedad y mucho menos integrada. La prueba de esto, amable lector, está en que ahora, en “tiempos modernos”, la humanidad está más fragmentada que nunca y mucho menos actúa racionalmente, sino todo lo contrario. Es tal la situación, que el humano es el único ser vivo que gusta y hasta parece disfrutar de su autodestrucción.

Así, como ya señalamos, amable lector, ha sido, y seguirá siendo la humanidad en su ir y venir en la inmensidad del tiempo. La confrontación entre semejantes, por ejemplo, no es nada nuevo ni extraño, sólo cíclico y puntual. De hecho, no ha habido una sola etapa de nuestra existencia de la que se diga que la convivencia entre semejantes fue sin ningún enfrentamiento. El hombre sigue siendo irracional y no ha aprendido todavía —ni aprenderá— a socializarse como corresponde a su condición de “ser pensante”. Las guerras, las invasiones, las revoluciones y conflictos recurrentes disfrazados de “descontento social” no son más que productos de esas mentes enfermas, preñadas de irracionalidad salvaje. Adueñarse por la fuerza de la propiedad ajena, ultrajar o matar a un semejante, violentar los derechos o pretender aniquilarlos, incluso por considerar inferior a otro, no es más que fantasía y obsesión de desequilibrados.

Increíblemente, a pesar de la “modernidad del tiempo”, persisten todavía, además de las diferencias sociales, el odio racista, la intolerancia religiosa y hasta de género; el fanatismo, la ignorancia y la irracionalidad.

¿En qué hemos avanzado? ¡En nada! En lo único que se ha progresado es en la ciencia y la tecnología, pero, ¿para qué nos ha servido? ¡Sólo para autodestruirnos! Con el descubrimiento de la energía nuclear, por ejemplo, se dio un gran paso, pero, cuando “debutó” en la Segunda Guerra Mundial, demostró su enorme poder destructivo. ¿Eso es progresar? ¿Construir para destruirnos? Y para colmo, esa maravillosa energía quedó como una amenaza en las manos de líderes políticos desequilibrados que se “truenan los dedos” impacientes por pulsar el botón del tablero nuclear para contemplar las macabras figuras de los hongos mortales y la horrorosa reacción en cadena, destruyendo todo a su paso.

La humanidad vive ahora, más que nunca, la peor crisis de su turbulenta e inestable existencia, y no es precisamente por la amenaza de una tercera guerra mundial o nuclear, sino por, además del creciente número de delitos comunes, por el acelerado cambio climático propiciado principalmente por los daños ecológicos derivados de la irracional actividad humana.

Es de creer o no, pero todo sigue girando en torno al poder político y económico; se atiende muy poco la salud y casi nada a la educación. Continuará…

DIEGO ALCALÁ PONCE

COLABORADOR
DIEGOALCALAPONCE@HOTMAIL.COM

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