POLITEIA

A propósito de la muerte

Platón consideraba que al morir el ser humano se libera del estorboso cuerpo, que es la tumba del alma

OPINIÓN

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Fernando Rodríguez Doval / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

Hoy que el calendario cristiano nos recuerda a los fieles difuntos, volvemos a percatarnos que la muerte es un hecho ante el que es imposible permanecer indiferentes. La muerte nos interpela, nos lleva a realizarnos las preguntas más profundas acerca de la existencia humana y el propio sentido de la vida. 

No solamente las religiones han abordado esos cuestionamientos, también lo ha hecho la filosofía. Platón consideraba que al morir el ser humano se libera del estorboso cuerpo, que es la tumba del alma; por lo tanto, cuando una persona hace filosofía en realidad está aprendiendo a morir. Similar postura asumirían, siglos más tarde, Cicerón, San Agustín o Santa Teresa de Jesús, quien en su esperanza por alcanzar la bienaventuranza junto a Dios, hizo poema aquello de “muero porque no muero”. 

En cambio, las corrientes materialistas negarán cualquier trascendencia espiritual del ser humano, del que solamente pervivirán sus recuerdos y sus obras. Existen vestigios de rituales funerarios de hace aproximadamente 50 mil años, el mismo tiempo de los primeros humanos prehistóricos, los cromañones.

 Esto nos dice que la especie humana siempre ha intentado darle un sentido a la muerte, la cual además se convierte en un acto social: el fallecido formaba parte de una comunidad que ahora estará incompleta. Las tradiciones mexicanas del Día de Muertos están repletas de simbolismo, colorido y hasta de fiesta. Mestizaje perfecto del misticismo prehispánico y el cristiano. 

Los altares y las ofrendas son reflejo de una espiritualidad profunda en la que todo tiene un significado: las calaveras de azúcar representan la fragilidad de la vida terrena; las fotografías nos recuerdan a los seres queridos que ya no están; las flores de cempasúchil iluminan el paso de los muertos hacia la eternidad; las velas nos dicen que Jesús es la luz del mundo que ha vencido a la muerte pagando el precio de la cruz, también presente en los altares. 

Recordamos a nuestros antepasados porque nos reconocemos parte de una continuidad histórica a la que no solamente pertenecemos los vivos, sino también los muertos y los que habrán de nacer.

 La muerte de un ser querido nos llena de dolor y pensar en la nuestra nos genera angustia. Somos los únicos seres que tenemos una conciencia de nuestra finitud terrenal. Pero esa misma realidad nos permite conceder valor a cada experiencia vivida, tener la capacidad de recordar momentos buenos, así como imaginar un futuro promisorio.

 Y, para los que tenemos fe, nos da la certeza de que la muerte no es el final. Hoy es un buen día para recordar con resignación y alegría a todos aquellos que ya no están pero que nos dejaron un legado de felicidad que, confiemos, algún día volveremos a vivir.

POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
POLITÓLOGO
@FERDOVAL

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