COLUMNA INVITADA

Algo va mal

En otras entregas de esta columna de El Heraldo hemos hablado de posibles soluciones a nuestra realidad actual (en México y en el mundo)

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

En otras entregas de esta columna de El Heraldo hemos hablado de posibles soluciones a nuestra realidad actual (en México y en el mundo). Conviene ahora revisitar al historiador inglés Tony Judt quien en su libro Algo va mal, que apareció póstumamente, hizo un balance del capitalismo actual y su crisis después de octubre de 2008. No deja de ser interesante preguntarse, con él, que es lo que hemos hecho tan mal en los últimos tiempos. Desde finales de los setenta –pero sobre todo en la década de los noventa en América Latina- creímos a pie juntillas en los ideales del neoliberalismo: un estado pequeño, el mercado que se autorregula, la privatización de todas las empresas públicas.

El Fondo Monetario Internacional, incluso, dictaba una política financiera que impedía cualquier mecanismo cercano a lo que en Europa se llama estado de bienestar, es decir a amplias subvenciones en materia educativa, de seguridad social y salud pública y manejo del ahorro de los pensionados por parte del estado. Hicimos la tarea, aplicándonos con férrea disciplina y cumplimos. Se privatizaron –en muchos países- la energía, las telecomunicaciones, incluso el manejo del agua.

Se redujeron drásticamente los gastos en salud y educación y se privatizó, también, el ahorro de los trabajadores. o hubo recompensa social a este esfuerzo y la brecha entre los ricos y los pobres aumentó más radicalmente, con el conflicto aún más ampliado porque el acceso a los bienes universales (una buena escuela, un buen hospital, una buena universidad) se hizo casi imposible para las clases populares, trayendo consigo incluso el amplio debilitamiento y adelgazamiento de la clase media.

El capitalismo mundial siguió su curso. La consecuencia de haber dejado que el capitalismo de mercado se convirtiera en capitalismo salvaje ha sido esa brecha abismal entre ricos y pobres y, sobre todo, el enorme egoísmo social que trae consigo.

¿Y México? ¿Hay un México después de Morena?, o ¿hay una posible salida de izquierda de verdad? Puede que incluso venga desde dentro del partido, porque la solución está en repensar la socialdemocracia. Volver a darle al estado su papel de regulador y a devolverle ciertas funciones públicas que permitan una mayor equidad social. Acceso universal a la salud y la educación, ambas de calidad, es tan imperioso como la vivienda social, el transporte público y la posibilidad de recrearse sanamente, de ocupar el ocio, sin sangrar la economía familiar. Desmilitarizar al país, repensar los derechos civiles. Algo que hizo como jefe de gobierno Marcelo Ebrard, un posible candidato sucesor a AMLO. Un socialdemócrata, a mi juicio.

Urge replantear un capitalismo que, aparentemente, llegó para quedarse, pero que no puede ser tan abusivo y, además, excluyente. ¿De qué sirve la democracia, se pregunta un ciudadano de a pie, cuando no como mejor, mis hijos no pueden conseguir un buen trabajo al salir de la universidad pública y vivo tan lejos de mi trabajo que gasto la mitad de mí día en trasladarme?

No es gratuito que Judt afirme: “En muchos aspectos, el consenso socialdemócrata significa el progreso más grande que se ha visto hasta ahora en la Historia. Nunca antes tuvo tanta gente tantas oportunidades en la vida”.

La izquierda de verdad debería tener un papel central en la defensa de las libertades sociales y civiles y en el rescate del patrimonio básico de un ser humano. Esto fue así desde la Revolución francesa: justicia social, acceso universal a ciertos derechos fundamentales. Emancipar al hombre a través de eso que hoy ya suena a sólo elemental: educarse, vestirse, dormir bajo un techo, tener medicinas y doctores al alcance de la mano.

La brecha hoy es enorme y nos corresponde cerrarla. La pregunta es cómo. Hemos discutido aquí mismo que la oposición en México es ramplona. De hecho, se desgasta en descalificar al oponente, no hay debate genuino de ideas. Es una oposición “troll”, una oposición “hater” que no solo no unifica, sino que polariza aún más.

Es cierto también que el propio presidente utiliza sus mañaneras para hacer lo mismo, inventando enemigos por doquier (científicos, prensa crítica, feministas, por poner solo tres ejemplos conspicuos). Pero también es cierto que urge revitalizar una izquierda propositiva, que busque resolver rezagos, que en lugar de polarizar utilice su amplio apoyo social para repensar México.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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