ANÁLISIS

Nicaragua: Una lección que a todos nos debe cuestionar

La democracia formal no es suficiente para que la sociedad pueda vivir con libertad

OPINIÓN

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Rodrigo Guerra López / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La OEA votó hace unos días una resolución en la que desconoce el resultado de las elecciones en Nicaragua. La participación ciudadana según diversos observadores fue de sólo 19%. Los candidatos opositores y numerosos líderes sociales se encuentran en la cárcel. La sociedad se halla intimidada, asediada, maltrecha. El Frente Sandinista de Liberación Nacional, partido en el gobierno, impulsó la tercera candidatura consecutiva del presidente Daniel Ortega, que logró la reelección.

La Conferencia del Episcopado Nicaragüense había advertido, poco antes de las elecciones, que sin Estado de Derecho no pueden existir elecciones libres y justas. Los partidos de izquierda de América Latina que habían celebrado con vítores en las primeras horas el triunfo, han retirado sus comunicados para ser más discretos. El Gobierno ha rechazado el señalamiento internacional y ha alegado que la OEA tiene una actitud injerencista en asuntos internos del país. Para colmo, y desde el otro extremo de la geometría política, el candidato chileno José Antonio Kast, al momento de criticar los comicios nicaragüenses, intenta reivindicar la figura de Pinochet con diversos argumentos, entre los cuales destaca la frase: “Díganme ustedes si las dictaduras como las conocen entregan el poder a la democracia”.

Experiencias como éstas deben movernos a examen. ¿Por qué las democracias tan largamente esperadas no han logrado consolidarse en América Latina? ¿Por qué la crítica a un régimen autoritario de izquierdas fácilmente se impulsa desde la simpatía abierta o encubierta hacia un regimen autoritario de derechas? ¿Es suficiente la democracia electoral para asegurar que una sociedad sea verdaderamente democrática? ¿Dónde queda el pueblo real en todo esto?

Cuando Joseph Ratzinger en sus escritos políticos exploraba las fortalezas y debilidades de las democracias del siglo XX, notaba con gran agudeza que el momento “formal” de una democracia sin adjetivos, no basta. Es necesario reconocer que existen elementos prepolíticos de la democracia que la hacen viable no sólo de modo ético, sino aún de modo pragmático, y evitan su descarrilamiento. Los valores que lubrican el juego democrático no provienen de la democracia misma, sino de las familias, de las escuelas, y de las iglesias.

Esto mismo, lo advierte con otro lenguaje el papa Francisco: cuando el pueblo real es ignorado, manipulado, ideologizado, las democracias enferman. Todo se vuelve simulacro y ficción. En particular, la reciente Encíclica “Fratelli tutti” no sólo ofrece a este respecto, un conjunto de contenidos, sino principalmente propone un método educativo para la reforma y el fortalecimiento de una democracia más sustantiva, más “popular”, más integradora de todas las fuerzas y sectores. Sin reconciliación social, la democracia se torna en patrimonio de una élite polarizante, que la administra y la controla, siempre en nombre de los “valores” más sublimes, pero ignorando los rostros concretos del pueblo que sufre. Hoy más que nunca, América Latina necesita sociedades democráticas fuertes, inclusivas, jamás represivas, para ingresar con altura a los retos del futuro próximo.

POR RODRIGO GUERRA
SECRETARIO DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA AMÉRICA LATINA
RODRIGOGUERRA@MAC.COM

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