EL DON DE LA FE

La tragedia de nuestro tiempo

Existe la creencia generalizada de que la Fe y la Ciencia se contraponen, cuando al contrario, se complementan

OPINIÓN

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Roberto O'Farrill Corona / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Existe la creencia generalizada de que la Fe y la Ciencia se contraponen, cuando al contrario, se complementan. Es probable que esta falacia se haya extendido tras el juicio a Galileo Galilei o a partir de la persecución que la iglesia anglicana emprendió contra Charles Darwin por su teoría de la Evolución.

La Iglesia Católica no encuentra oposición entre la Evolución y la Sagrada Escritura que refiere que “Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices un aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Cfr Gn 2,7), y mucho menos halla oposición entre la Revelación divina y el pensamiento humano: “Feliz el hombre que se ejercita en la sabiduría, y que en su inteligencia reflexiona, que medita sus caminos en su corazón, y sus secretos considera” (Si 14, 20-21).

En 1998 Juan Pablo II nos obsequió la Carta Encíclica Fides et Ratio en la que sostiene que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”, explica que “el deseo de conocer es una característica común a todos los hombres” y concluye que “no hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra y cada una tiene su propio espacio de realización”, pues “Dios y el hombre, cada uno en su respectivo mundo, se encuentran así en una relación única. En Dios está el origen de cada cosa, en Él se encuentra la plenitud del misterio, y ésta es su gloria; al hombre le corresponde la misión de investigar con su razón la verdad, y en esto consiste su grandeza”.

En filosofía, Aristóteles vio que “todos los hombres desean saber” y descubrió que el deseo propio de este deseo no es otra cosa que la verdad. El ser humano, además de  saber, sabe que sabe, y por ello se interesa en conocer la verdad de cuanto se le presenta, y si descubre que es falso, lo rechaza; en cambio, si confirma que es verdadero, se siente satisfecho.  Este impulso puesto por Dios en la persona humana, san Agustín lo demuestra al afirmar: “He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera dejarse engañar” (Cfr Libro de las Confesiones).

Esta es la tragedia de nuestro tiempo, lo que ocasiona que el hombre pretenda constituirse como centro del mundo, con sólo Ciencia, sin Fe; y como un dios, sin Dios.

POR ROBERTO O'FARRILL CORONA

MAAZ