ARTICULISTA

Saturnino Herrán

Estar ante la obra de Saturnino Herrán es estar ante la obra de un gran artista. Perteneció a una generación empeñada en buscar, como se decía entonces, “el alma nacional”

OPINIÓN

·
Bernardo Noval / Articulista / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

A lo largo de una década de arduo trabajo, Saturnino Herrán halló el sentido del mestizaje básico que nos constituye.

Ávido lector y conocedor del mundo editorial, Saturnino Herrán empleó su rigurosa formación académica para hacer pinturas, dibujos, grabados y viñetas; para resolver diseños de portadas de libros y revistas, así como ilustraciones para acompañar textos.

Creador de una obra compleja que alude a temas prehispánicos, indígenas, mestizos, naturaleza muerta y elementos arquitectónicos, Herrán logró madurar hacia una visión que renovó la concepción estética del pueblo mexicano. Sus personajes reflejan sentimientos y el espíritu, al plasmar el acontecer de la vida cotidiana del país, sus costumbres y tradiciones. La vigencia de su obra radica en esa capacidad de mirar a la persona, su riqueza interior y el sentido trascendente de su existencia.

Esta manera de realizar su arte, en el que utilizó novedosas técnicas pictóricas, gran destreza en el dibujo, conocimiento del cuerpo humano y dominio del juego de luces, constituiría los elementos diferenciadores de su estilo. De igual forma, su arte implicó una libertad de expresión que fue síntoma de los cambios a nivel nacional e internacional de su tiempo.

Una de las obras más emblemáticas del pintor es La ofrenda (1913), cuadro que hoy forma parte de la colección permanente del Museo Nacional de Arte del INBAL. En la pintura aparecen seis personajes de diversas edades que navegan rodeados de ramos de cempasúchil, al frente de una procesión de trajineras.            El óleo es un retrato de la festividad del Día de Muertos en Xochimilco, pero al mismo tiempo esconde un hondo mensaje sobre el devenir de la vida a la muerte, latente en todas las generaciones ejemplificadas en la embarcación y en las flores. La ofrenda genera una inquietante atracción, por la mirada de la niña fijada en los espectadores, por las espectaculares ondas en el espejo de agua, por el realismo de la materia táctil de la canoa de madera y por cada uno de los detalles que la conforman.

Herrán participó entre 1907 y 1910, como dibujante, en los trabajos arqueológicos de Teotihuacán. Fue un acercamiento a la comprensión del mundo prehispánico, donde construyó a través de las obras que elaboró sobre este tema, un imaginario para la identificación cultural y no una réplica arqueológica. No es el encuentro con “el alma nacional” –como imaginaron entre otros, Federico Gamboa- sino la comprensión imaginaria de la convergencia de culturas que nos constituyen.  En esta aproximación con el mundo prehispánico, Herrán encontró en el trabajo del proyecto para el friso Nuestros dioses, la profunda conexión simbólica de la fusión de la Coatlicue azteca con el Cristo español. Sin embargo, la muerte no le permitió concluir este proyecto que estaba destinado al Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas Artes.

Su obra, marcada por la brevedad de su existencia, de una factura que muy temprano alcanzó la maestría, así como la aproximación de sus temas y personajes que abordaron las preocupaciones de su generación, parecía dirigirse a un proceso de síntesis en el momento de su muerte, acaecida un 8 de octubre, hace más de cien años.

POR BERNARDO NOVAL
CEO MUST WANTED GROUP
@BERNIENOVAL
@MUSTWANTEDG

PAL

Temas