COLUMNA INVITADA

Ignominia

Naunihal Singh, politólogo experto en materia de sublevaciones, autor del libro más influyente en la materia “Seizing Power” (2017), ha clarificado en distintas entrevistas que lo que ocurrió el pasado miércoles en el Capitolio fue más bien una insurrección que un golpe de Estado

OPINIÓN

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Alejandro Poiré / Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: FOTO: Especial

Naunihal Singh, politólogo experto en materia de sublevaciones, autor del libro más influyente en la materia “Seizing Power” (2017), ha clarificado en distintas entrevistas que lo que ocurrió el pasado miércoles en el Capitolio fue más bien una insurrección que un golpe de Estado. Sin duda fue un asalto a la democracia de los Estados Unidos, promovido e incitado por el propio presidente Trump, pero no usando las atribuciones de su cargo (como sería la participación del ejército), y es ahí donde reside la distinción relevante. Lo que vimos fue al jefe del Ejecutivo incitando a una turba a detener violentamente la transición del poder al ganador legítimo de la elección, y fracasando al final del día porque ni las fuerzas armadas ni policiales, ni los propios políticos del Congreso, ni los medios de comunicación y ni siquiera las redes sociales le siguieron el juego al insurrecto.

No dudo que esto amerite la remoción, juicio político, inhabilitación para el servicio público o incluso el encarcelamiento de Trump por diversos cargos, pero lo cierto es que la sublevación ha sido derrotada por ahora. Me centro en la precisión hecha por el Dr. Singh porque subraya que para el éxito del intento insurgente, Trump dependía cabalmente de otros actores. Y en ello reside la lección profunda del terrorífico episodio atestiguado esta semana por el mundo entero.

No es el demagogo por sí solo quien es capaz de hundir a un país completo. Depende de un amplio grupo de habilitadores, conscientes o ingenuos, que le alleguen los recursos necesarios para el éxito, para la resiliencia, para la perseverancia. En el caso de Trump, de lo más repugnante del episodio son las renuncias de sus subordinados, tratando –a solo dos semanas del fin de su gobierno– de distanciarse de él. No es que sorprenda el cinismo de nadie, y menos de los allegados a un líder populista sin más bandera que el asalto al poder y la exclusión permanente de sus adversarios. Es que provoca un asco profundo el intento de engaño (al público e incluso a sí mismos) sobre el daño que han hecho al encumbrar, coadyuvar, y tolerar al máximo a este sujeto.

El argumento es similar para los aliados políticos, mediáticos y empresariales que empiezan a abandonar a Trump. Decir que “ahora sí” se excedió el presidente es ocultar que esta veta de agresión a las instituciones democráticas basada en el resentimiento es algo que el personaje ofreció desde el arranque de su campaña, que ha mantenido a lo largo de su presidencia, y que es consistente con toda su vida pública previa. Nadie puede llamarse a sorpresa, y es despreciable que quienes han estado más cerca de él se atrevan a contar una historia distinta cuando finalmente empieza a cambiar la suerte del aspirante a tirano.

Ahora Trump, precisamente porque actúa como un insurrecto, seguirá siendo un problema para la gobernanza democrática de su país aún cuando deje la Casa Blanca. No contará con los instrumentos del Estado ni la lealtad de muchos de sus acólitos, pero mantendrá el liderazgo de una corriente del electorado que ha visto en sus arengas la legitimación de algunas banderas que otros políticos no han sabido atender sin caer en el racismo y la xenofobia. El reto para quienes creen en la democracia, sean del partido que sean, es escuchar y dar respuesta a estas voces sin dar rienda suelta al elitismo que las desprecia, al tiempo que se ataja con eficacia a quienes (también sin importar su partido) aspiran a la supresión de derechos y la eliminación del pluralismo como “solución” a los problemas.

Lo ocurrido el miércoles 6 de enero en Washington impulsa un cúmulo de preguntas adicionales de enorme importancia para el futuro de la democracia como promesa de construcción colectiva y de convivencia civilizatoria, pero por ahora debemos aquilatar su principal lección: cuando un político populista se comporta como tal, más vale creerle. Y atenerse a las consecuencias.

POR ALEJANDRO POIRÉ
DECANO CIENCIAS SOCIALES Y GOBIERNO TECNOLÓGICO DE MONTERREY
@ALEJANDROPOIRE