COLUMNA INVITADA

La cuarentena eterna

El miedo se apoderó del planeta entero y aceptamos encerrarnos, casi sin chistar

OPINIÓN

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Pedro Angel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Dentro de seis semanas cumpliremos un año en cuarentena. El 11 de marzo de 2020, en Massachusetts, donde vivo, comenzó oficialmente el estado de excepción. Al principio sentimos desolación. Mirar Boston vacío sobrecogía. Acabo de ir, la semana pasada a caminar por los muelles y seguía casi sin un alma. No solo porque no había coches en las calles, lo cual a ciertas horas puede ser una bendición, sino porque la ciudad parecía un pueblo fantasma. De la noche a la mañana, literalmente, la cuarentena había cercenado la vida. Ninguna tienda ni restaurante ni gimnasio ni hotel abiertos. Todavía las autoridades sanitarias no habían modificado su narrativa sobre los cubre bocas, así que los pocos transeúntes despistados que paseaban por el parque lo hacían con inconciencia, como si no pasara nada. Para entonces las noticias de Europa —Italia, particularmente, aunque España y Reino Unido también— eran alarmantes. El miedo se apoderó del planeta entero y aceptamos encerrarnos, casi sin chistar. Hoy, no solo por el mandato estatal, sino por la nueva administración de Biden, todo mundo lleva tapabocas.

Aunque “todo mundo”, sea por supuesto una hipérbole. Las nuevas cepas del virus nos alarman.

La vida se ha trasladado a Zoom. Las clases, las fiestas -mi propio cumpleaños, bastante descolorido-, y las copas y las conferencias y festivales: ¡Incluso la FIL de Guadalajara! Hemos simulado estar juntos, departir. Brindamos por la vida porque nos sentíamos salvados momentáneamente. Todos tenemos ya decenas de amigos íntimos, o familiares con el virus. En mi caso, afortunadamente, salieron avante. Uno de ellos, queridísimo, como su amado Alonso Quijano, después de semanas hospitalizado y en terapia intensiva. La enfermedad y la muerte tocaron en la puerta de al lado. Muchos han perdido a sus más queridos, y no tiene final cercano, a pesar de la bendición de las vacunas.

¿Se puede escribir en este estado? ¿Tiene sentido? Esa pregunta es inevitable y la respuesta, lamentablemente negativa. Incluso leer es pesado, como no sean fragmentos y cuentos cortos, poesía. La novela se resiste. Una de las cosas curiosas de este  encierro, el tiempo no pasa y al mismo tiempo transcurre velozmente. Yo cuento las semanas los viernes, porque ese día empecé el encierro. Cuento las semanas por las escasas veces que he ido al supermercado -la primera vez presa de pánico, las otras dos con guantes, gafas de carpintero, tapabocas. El regreso, además, tiene su propio protocolo: dejar todo en la entrada, quitarse casi toda la ropa y así, con el hatillo en las manos y los zapatos colgando para no pisar dentro, todo a la lavadora. Un baño instantáneo, el jabón intentando una asepsia que mucho tiene de paranoia. Hemos optado, porque podemos hacerlo, por ir a recoger unas cajas de verdura y fruta una vez por semana a un lugar donde no nos bajamos y donde no hay contacto alguno.

Luego vinieron las protestas. El linchamiento de Ahmaud Arbery en Georgia, la falsa denuncia de una mujer blanca, Amy Cooper ante un ornitólogo negro en el Parque Central de Nueva York, donde lo amenazó con llamar a la policía y el terrible asesinato policiaco, extrajudicial de George Floyd en Minneapolis. Dejamos de pensar en el encierro y salimos a las calles, a protestar, a decir basta. Dejamos de pensar en nuestra salud porque hay quienes todos los días sufren la brutalidad más cruel, porque este país en el que vivo nació como México del genocidio y creció y se desarrolló a la par de la esclavitud. Porque este país sigue siendo racialmente injusto, brutalmente racista. Como lo es, de otras maneras, México.

Las protestas mostraron una sociedad harta de la doble moral y presta para una reforma judicial que no puede aplazarse un segundo más. Fue esa conciencia -no solo el pésimo manejo de la pandemia- lo que hizo que Trump, a pesar de 75 millones de votos, no pudiera reelegirse. 

A pesar de sus intentos, cada vez más bizarros no pudo detener el aparato democrático, ni las instituciones de contrapeso. El expresidente autócrata intentó desmantelar en pocos años a una de las democracias aparentemente más solidas del planeta. Dejó el país en ruinas. Hoy descubrimos que ni siquiera había un plan de vacunación. 

Casi finaliza enero, ayúdenme a encontrar la esperanza.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU
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