COLUMNA INVITADA

No se necesitan 'Príncipes' en la iglesia

El resentimiento y el rencor parecen exhibirse en los ataques en contra del cardenal Carlos Aguiar Retes por el caso de Norberto Rivera, enfermo de COVID-19

OPINIÓN

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Rodrigo Guerra López / Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Quienes ven sólo santidad suelen escandalizarse de la fragilidad de los miembros de la Iglesia. Quienes contemplan sólo ambición y poder no logran apreciar el misterio que la sostiene. Desde la llegada de los primeros frailes a tierras americanas, la tensión entre los que buscan vivir al estilo de Jesús, y los que se hunden en las cloacas del resentimiento y la ambición, existen simultáneamente y, deambulan por los mismos caminos.

En los últimos días, la prensa mexicana ha dado amplia cobertura a las acusaciones contra la Arquidiócesis de México, y contra el cardenal Carlos Aguiar, por desatender al cardenal Norberto Rivera, enfermo de COVID-19. De poco ha servido que la Arquidiócesis aclare que don Norberto puede acogerse a la mutual sacerdotal y a los servicios que ésta provee, como cualquier otro presbítero u obispo que haya estado enfermo. Porque la cuestión, en el fondo, no es la salud del cardenal Rivera, la cual es instrumentalizada para presentar una imagen cruel e insolidaria del actual Arzobispo de México. Lo importante para los críticos del cardenal Aguiar parece que es exhibir que el acento pastoral, tanto de él como del Papa, es un gran desacierto. La bondad de Francisco y de don Carlos, parece aumentar la rabia de quienes quisieran gozar de antiguos privilegios y predicar pseudoconservadurismos malsanos.

En efecto, algunos de los actuales críticos del cardenal Aguiar, durante la pasada visita pontificia a México, publicaron en el periódico “Desde la fe” (6 de marzo 2016) ácidos comentarios contra el discurso del Papa a los obispos en la Catedral. En aquel importante momento, Francisco afirmaba: “es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia, (…) del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autorreferencialidad”. (…) “Los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes”. (…) “Si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. La comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su veracidad.” (…) “No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del Señor.” 

Estas valientes palabras del sucesor de Pedro, pareciera que generaron un profundo rencor en quienes sostuvieron que el Papa había sido “malaconsejado” por una misteriosa “mano de la discordia” que parcializó la visión de la Iglesia. Ese rencor tal vez llega hasta hoy, traduciéndose en un triste espectáculo que siembra división.

Aquel discurso del Papa que quiso ser descalificado, aplica a la perfección en el escenario actual. Si de verdad hay deseo de ocuparse por la salud del arzobispo emérito de México, no es necesario utilizar la pirotecnia de los medios de comunicación, sino acercarse a la vicaría del Clero de la Arquidiócesis, dialogar con sencillez, y acoger con humildad los recursos disponibles. Confío como creyente y observador que los jueguitos mediáticos cederán, y que el abrazo fraterno y comunional prevalecerá. Que así sea.

 

POR RODRIGO GUERRA
PROFESOR-INVESTIGADOR DEL CENTRO DE INVESTIGACIÓN SOCIAL AVANZADA (CISAV)