COLUMNA INVITADA

Sin Armando, pero con Manzanero siempre

Al haber renovado el bolero -jazzeándolo, metiéndole bossa nova, arreglándolo con nuevos ritmos-, Armando Manzanero acercó el género a nuevas generaciones en el mundo entero

OPINIÓN

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Pedro Angel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Se ha muerto el último de los grandes compositores mexicanos del siglo XX. Junto con Agustín Lara, José Alfredo y su discípulo más aventajado, Juan Gabriel llevaron la canción popular a registros de impecable calidad y poesía. Solo María Grever faltaría para que este pequeño panteón de cantautores estuviera completo. Todos están cantando juntos, ahora, peleándose el piano para tocar.

Al haber renovado el bolero -jazzeándolo, metiéndole bossa nova, arreglándolo con nuevos ritmos-, Armando Manzanero acercó el género a nuevas generaciones en el mundo entero. Buena parte de nuestra educación sentimental ocurrió con sus canciones. Con el vimos llover por tardes enteras, siendo novios. ¿Qué mexicano no se enamoró o enamoró con él, diciéndole a su amada o a su amado, contigo aprendí? Porque solo un yucateco universal como él nos pudo hacer creer que la semana tenía más de siete días y nos dio infinitas alegrías. Ochocientas canciones, nada menos.

 Quería aprender violín, pero a Mérido llegó un instrumento sin arco y su madre de origen maya, Juana -sobrina de un gran musicólogo- cambió su máquina de coser por un piano desvencijado. Tocó desde los ocho años, sin temor al niñoprodigismo del que hablaba Rubén Darío, tan común en provincia. Lo era, y como él recordaba, Luis Demetrio lo hizo debutar acompañándolo al piano porque su pianista no llegó a Yucatán para el concierto.

Nos contaría -era un juglar, un trovador como él decía, y le fascinaba el oficio de cuentero popular- que un día se gastó todo su dinero en dos tortas y no le alcanzó, ya en la ciudad de México, para el pasaje de regreso a casa. Cayó un aguacero de los mil demonios. Empapado al llegar a su recámara empezó a escribir la letra de una canción que se le ocurrió en el trayecto, caminando: Esa tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú.

  Impecable, diminuto de estatura -1.54 sin zapatos, bromeaba-, era un romántico absoluto, un coqueto total. Un poeta de cumplidos -esos madrigales instantáneos que decía D´Ors. Lo conocí ya con Laura Villa, su última mujer -con la que decía que le hubiese gustado estar casado desde el principio, que hubiese sido la única-, y nos relató con fantasía como fue por ella con un caballo y cuando ya iba a galope tomó con una mano a los hijos y los subió a la montura. Era todo fantasía, pero lo que en realidad quería compartirnos era el tamaño de su amor por Laura, el tiempo que la esperó, incluso para que ella tuviese hijos, la esperó a que se casara y fuera madre. Pero un día no pudo más y “me la robé”. Afirmaría, socarrón.

   Era un gran lector. Fernando Diez, un gran amigo y antiguo alumno me habló un día por teléfono. Era el cumpleaños de Manzanero y deseaba darle un regalo. Yo debía felicitarlo por un mensaje de voz, pues era lector asiduo de mis novelas y deseaba conocerme. Le mandé el mensaje y durante un tiempo intentamos coincidir, pero no fue sino hasta que vino a Boston que se dio el encuentro. “Me siento como un adolescente de calcetas largas, feliz de que me firmes mi novela sobre Pancho Villa”, me dijo con candor. El gran maestro, el viejo trovador había aceptado venir entre otras cosas para que al fin nos conociésemos. Es uno de los privilegios que me ha dado la literatura: su amistad, haberlo conocido.

Lo que en realidad quería yo decirle era cuánto lo admiraba, cómo había influido en mí y en tantos otros mexicanos y latinoamericanos como yo, pero eso él ya lo había escuchado por más de sesenta años. Nos pusimos a charlar sobre Pancho Villa y sobre la canción cardenche, un género sobre el que mi narrador hace ciertos comentarios filosóficos -y amorosos- que él recordaba palabra a palabra. Hablamos de literatura, de otras novelas históricas, de México y luego, al fin, de sus canciones.

Nos comentó el infierno de Spotify y las descargas, de cómo se había acabado el disco como concepto, de que los jóvenes ya no lo querían interpretar. “Tengo muchas nuevas canciones, pero ahora todos quieren ser cantautores”. El último grande en cantarlo, a Se nos quedó en el camino, maestro, una reunión en Aguascalientes. Ocurrirá algún día, en otros ámbitos. Te vamos a extrañar, querido Armando.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU