COLUMNA INVITADA

“Reflexión a tiempo”

Cuando termina la fase de sustitución de bienes de consumo y se empiezan a confrontar dificultades para pasar a la producción de bienes intermedios y de capitales

OPINIÓN

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Luis David Fernandez Araya/ Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

La industrialización es una modalidad de desarrollo tecnológico y este último tiene, en la economía capitalista moderna, entre sus funciones principales la de mediar en la conflictividad social con el fin de asegurar que  el  proceso   de  acumulación  del  capital  no  se  vea   frenado   por   el proceso de autovaloración laboral o, lo que es lo mismo, para que el proceso de autovaloración laboral pueda satisfacerse sin comprometer la   tasa   bruta   de   beneficio,   de   manera   que   cuando   la   modalidad   de tecnología   utilizada   para   la   producción   no   logra   dar   respuesta   a   la demanda   social   que   ella   misma   ayuda   a   configurar,   el   modelo   ha agotado sus posibilidades. Esto es cierto tanto para el modelo general de ésa crisis, basado en el estilo tecnológico definido por el sistema coordinado de máquinas, como para la aplicación específica que de él se hizo en América Latina.

Cuando   termina   la   fase   de   sustitución   de   bienes   de   consumo   y   se empiezan a confrontar dificultades para pasar a la producción de bienes intermedios y de capitales, mientras crecen las presiones del proceso de autovaloración laboral en el cual participan sectores de trabajadores y de  clases  medias   que   la   propia   industrialización   sustitutiva   ha   vuelto más amplios e influyentes. Todo esto impulsa la tendencia a formular políticas que intensifican el proceso de desarrollo descuidando, cada vez más, el manejo prudente de las cuentas nacionales y externas, por lo que la tendencia endógena es   intensificada   por   la   crisis   energética   de   1973,   la   cual   incrementa considerablemente el valor de las importaciones de la mayoría de los países,   empeorando   la   ya   precaria   relación   entre   el   valor   de   sus exportaciones y el de las importaciones. La   afluencia   de   grandes  cantidades   de   petrodólares   hacia   el   sistema financiero internacional estimuló el desarrollo de una intensa política de colocación   de   créditos   por   parte   de   la   banca   privada   internacional, especialmente   después   de   que   la   Reserva   Federal,   para   atender   la recesión de 1974, extendiera la protección a los depósitos de las filiales en el exterior de los bancos de Estados Unidos, por lo que esta política encontró un terreno propicio en los países de América Latina, aquejados por déficit presupuestarios crónicos y unos mercados de capitales pocos desarrollados.

El   acceso   al   crédito   externo   abundante   y   barato   terminó   por desmantelar la poca disciplina administrativa que quedaba en el Estado y afectó también la de la empresa privada nacional, pero tanto la crisis energética como la política crediticia de la banca internacional tan sólo aceleraron un proceso endógeno causado por el agotamiento del modelo de industrialización sustitutiva, la cual estuvo desde sus inicios motivada por los desequilibrios en las cuentas nacionales y externas. El avance de la industrialización y los recurrentes problemas causados por   lo   estrecho   del   sector   externo   mantienen,   a   lo   largo   de   todo   el proceso,   una   compleja   interacción   y,   con   frecuencia,   los   intentos   de acelerar   la   industrialización   conducían   a   fuertes   desajustes macroeconómicos  como  ocurrió  en   la  Argentina  de   Perón  y   aún  más claramente   con   la   política   del   Presidente   Juscelino     Kubitschek   de Oliveira   en   Brasil,   pero   el   límite   mayor   del   modelo   basado   en   la sustitución   de   importaciones   estaba   en   la   rigidez   tecnológica   de   la industria   de   bienes   de   consumo   durables   y,   en   general,   de   todo   el sistema industrial basado en el sistema coordinado de máquinas de la primera   y   segunda   revolución   industrial.  

En   este   sentido,   los desequilibrios en las cuentas nacionales que condujeron a la crisis de 1982 son manifestaciones latinoamericanas del agotamiento del estilo tecnológico del modelo que ayudo a salir de esa crisis. La   elevada   proporción   de   equipos   complejos   y   plantas   de   grandes dimensiones con largos períodos de diseño e instalación, que una vez instalados   admiten   escasas   variaciones,   implican   una   elevada proporción de capital fijo y, por lo tanto, grandes inversiones de lenta maduración. Se trata Las reformas económicas en América Latina 131 pues de industrias principalmente intensivas de capital que se quisieron desarrollar en países con abundante mano de obra y escaso capital. Este desajuste originario entre requerimientos tecnológicos y dotación de recursos factoriales era menos determinante en las fases iniciales de la industrialización, orientada principalmente a la sustitución de bienes de   consumo   donde   los   requerimientos   de   capital   eran   menores   en proporción a la mano de obra empleada. Hay   que   seguir   aprendiendo   de   los   casos   de   éxito,   y   así   en   México seguramente saldremos de esta crisis.

POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA
ECONOMISTA
@DRLUISDAVIDFER