COLUMNA INVITADA

Migrar

Los mejores países, las más grandes civilizaciones si no sucumbieron fue, precisamente por su apertura, por su diversidad, por su respeto irrestricto al otro

OPINIÓN

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Pedro Angel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Resulta que hasta el siglo XIX los sabios que en el mundo han sido no sabían qué demonios pasaba con los pájaros en invierno. Aristóteles, como en tantas cosas la autoridad en la materia, afirmaba que las aves, en realidad, hibernaban. Pensaba que las especies que en el invierno no eran visibles se transformaban y volvían a ser pájaros en la primavera. En 1684 alguien vino con una idea más revolucionaria: los pájaros migraban a la luna, donde pasaban felices los tiempos de frío. El viaje imposible, creía, era posible por la falta de gravedad. En 1882 al fin se supo, por accidente, al ver la herida de un animal hecha con una flecha del África central que migraban al sur.

Este debió haber sido el siglo de las migraciones y, en cambio, se ha vuelto el siglo de las fronteras. El ejercicio de asumirte como ciudadano en una sociedad abierta pero no tanto implica ceder parte de tu identidad (esa cada vez menos pesada maleta de recuerdos, comidas y nostalgias que cargamos dentro) para negociar con las otras identidades superpuestas que conforman la sociedad americana. Oportunidad, diversidad y respeto serían las condiciones para esa mezcla hoy tan imperfecta.

Urge una ley para el control de armas. Urge una reforma migratoria integral. No es cierto que haya aquí dos países representados por dos partidos, ese es un efecto óptico del bipartidismo real. Economistas como Charles Wheelan, de Dartmouth College han planteado desde hace tiempo una tercera vía, la del centro. Y han pugnado por romper el bipartidismo con campañas de conciencia y con la creación formal de un tercer partido fuerte que represente otra opción. Pero no es sólo un tema político (o ideológico), sino producto, precisamente de las oleadas migratorias lo que ha enriquecido a este país y lo que lo hace absolutamente deseable aún para un número muy grande de personas del mundo que siguen buscando aquí lo que no encontraron en sus países de origen.

Yo también, como los pájaros, migré, pero al norte, no a la luna. Desde hace tiempo –diez para ser exactos- vivo en Estados Unidos. Y hace ocho ya que lo hago en Boston, la capital educativa del mundo. El hecho de encontrarme en un ambiente tan conspicuo (puedo conversar con un profesor del MIT por la mañana, dar mi clase en Tufts por la tarde y cenar con una profesora de Boston University o de Harvard por la noche) no parece permear fuera del ambiente universitario. Vivo, de hecho, en un suburbio de la ciudad en donde la vida es la típica de una pequeña ciudad americana, pero donde no existe el intercambio de ideas y de identidades que ocurre, cotidianamente, dentro del ambiente universitario. Es allí donde pasan muchas de las cosas importantes que ocurren en la sociedad norteamericana.  Esas que verdaderamente pueden impedir que un joven se vuelva extremista y atente contra eso mismo que él pregona o busca: el respeto a su diversidad y la oportunidad como sueño de vida.

Los mejores países, las más grandes civilizaciones si no sucumbieron fue, precisamente por su apertura, por su diversidad, por su respeto irrestricto al otro y por las oportunidades que generan a sus ciudadanos. Otorgar a las mayorías de la población la oportunidad de la inclusión (económica, cultural, ideológica, sexual) plena y total. En México nos hace falta también avanzar un gran, un enorme trecho en materia de democracia plena y de igualdad de derechos y oportunidades

¿Cómo proteger, en serio, la democracia en México? Hace poco participé con Juan Luis Cebrián en un foro en la Universidad de Brown sobre la transición (española, portuguesa, mexicana) y después, en la conversación privada, nos quedó claro a todos que la democracia no es en sí misma la solución. No es una panacea porque no hay democracia perfecta. Acaso porque fortalece nuestros valores: el respeto, la diversidad y la oportunidad. La plena integración, la verdadera incorporación a las mieles de la recompensa del trabajo y no a los cupones de alimentación del estado de bienestar y su asistencialismo. El día que la democracia plena implique que no se necesite asistencia alguna del estado, ese día seremos verdaderamente democráticos.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU