COLUMNA INVITADA

COVID-19 y la Declaración de Derechos Humanos de la ONU

En 2020, aprendimos del papel fundamental que puede desempeñar la OMS, cuya principal obligación es prevenir pandemias

OPINIÓN

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Philip A. Salem, M.D/ Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

10 de diciembre de 2020: hoy se conmemora el día de 1948 en que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Aunque no es un documento vinculante, esta Declaración pionera estableció un estándar internacional de derechos humanos y comprometió a la ONU a defender la santidad y dignidad de todas las personas.  

Es una pena que este documento no se haya modificado ni actualizado desde su creación. Sería una vergüenza mayor si, después de nuestra brutal y dolorosa experiencia con la pandemia de COVID-19, no aprovechamos la oportunidad para cambiar la Declaración para que haga del derecho a la salud el derecho humano más importante y sagrado.

Espero que la pandemia le haya enseñado a la gente de todo el mundo algo de lo que deberían haberse dado cuenta hace mucho tiempo: la salud es nuestra posesión más preciada.  El derecho a vivir y sobrevivir depende del derecho a la salud, pero este requiere el derecho a la atención médica. Las personas sanas dan por sentada la salud. Es por eso que la salud y su cuidado no han sido una prioridad para la mayoría de los gobiernos, incluido el de los Estados Unidos.  Solo cuando las personas se enferman, especialmente cuando de gravedad, reconocen la importancia de la salud. 

Hay un dicho que dice que "la salud es una corona en la cabeza de los sanos que sólo los enfermos pueden ver".  Durante este año de COVID-19, personas de todo el mundo se han sentido repentinamente amenazadas por un virus mortal y han temido perder la vida si se infectan. En consecuencia, creo que ahora es el momento más oportuno para modificar la Carta de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU para que establezca la importancia preeminente del derecho a la salud.

El COVID-19 ha sacudido el mundo y la mente humana. Las convicciones tradicionales han cambiado radicalmente. Por primera vez en la historia, todas las personas tienen motivos para estar de acuerdo sobre el valor de la salud y la necesidad de acceder a una buena asistencia sanitaria. Una persona debe primero sobrevivir para poder ejercer los demás derechos humanos delineados en la Declaración. En consecuencia, pido a las Naciones Unidas que nombren un comité para actualizar este documento.

El deber más importante de cualquier gobierno es proteger a sus ciudadanos de enfermedades y otras amenazas a su salud y seguridad. No debería haber ningún derecho humano que sustituya al derecho a la vida. Cuando las naciones y los gobiernos son juzgados en función de su desempeño y adhesión a los derechos humanos, la atención médica debe ser el primer tema importante a examinar: aquellos que no respetan el derecho de sus ciudadanos a la vida no respetan a esos ciudadanos.

También hemos aprendido de la pandemia el papel fundamental que puede desempeñar la Organización Mundial de la Salud (OMS). La principal obligación de esta rama de la ONU es prevenir enfermedades y proteger a las personas contra las enfermedades y su propagación, y la tragedia del COVID-19 es que se pudo prevenir.  La OMS no pudo prevenir o frenar los contagios del COVID-19. Es por su fracaso que la humanidad está sufriendo esta pesadilla. En su estado actual, la OMS es disfuncional. La OMS debió haber reconocido la capacidad del virus para transmitirse de persona a persona al menos dos meses antes.

La infección debió haberse contenido dentro de los límites de Wuhan, China. Y es claro que China no fue transparente. Los casos de COVID-19 se diagnosticaron por primera vez en China en noviembre y diciembre de 2019, pero su gobierno no reconoció oficialmente el primer caso hasta el 7 de enero de 2020, y no fue hasta el 22 de enero que la misión de la OMS a China emitió una declaración reconociendo la evidencia de la transmisión de persona a persona en Wuhan.

La OMS no declaró el brote de COVID-19 como una Emergencia de Salud de Importancia Internacional sino hasta el 30 de enero. Quizá lo peor de todo es que la OMS tardó 39 días más en reconocer, el 11 de marzo, que el COVID-19 podría caracterizarse como una pandemia. Para entonces, cientos de miles de chinos habían viajado a todos los rincones del planeta portando el virus.

El desastre que presenciamos ahora no fue el destino. Tanto China como la OMS deben rendir cuentas por sus fracasos en la protección de los pueblos del mundo. Más de 65 millones se han infectado, más de 1,6 millones han muerto y el mundo entero está presa del miedo. Es asombroso imaginar que toda esta catástrofe podría haber sido evitada.

También espero que hayamos aprendido de la pandemia que el Hombre es uno y la Tierra es uno. Las dos principales amenazas para la civilización, el cambio climático y las pandemias, no distinguen entre una persona y otra. No distinguen entre ricos y pobres, o blancos y negros, y no reconocen las fronteras nacionales. En consecuencia, existe una gran necesidad no sólo de reformar la OMS, sino también de realizar importantes revisiones en la ONU. Los logros actuales de la ONU son débiles e inadecuados.  Esta organización debe fortalecerse y cambiarse radicalmente.

La ONU es un cuerpo de representantes de los países miembros, pero esos representantes suelen ser burocráticos y no innovadores.  La ONU debería introducir un nuevo mecanismo que permita a personas talentosas, experimentadas e innovadoras tomar decisiones con respecto a las grandes amenazas y problemas que enfrenta el mundo.  La representación del gobierno es ciertamente necesaria, pero esos representantes necesitan liderazgo.  El mundo necesita grandes mentes.  Necesita personas responsables que actúen con conocimiento, disciplina y eficacia.  La burocracia no sirve al mundo.

 También hemos aprendido de la pandemia de COVID-19 que la ciencia y la investigación son las principales armas para vencer las enfermedades que amenazan la vida humana y las civilizaciones. La eventual conquista de esta pandemia se producirá después de que desarrollemos un tratamiento eficaz para esta enfermedad y, lo que es más importante, una vacuna. Gracias a los científicos e investigadores, las vacunas estarán disponibles para su distribución este mes, solo 10 meses después de que se reconoció la pandemia.  Este es un logro histórico y un monumento al valor de la cooperación entre los académicos, la industria farmacéutica y el gobierno.  La nueva tecnología de ARNm utilizada por Moderna, Inc. y Pfizer / BioN Tech en el desarrollo de sus vacunas ha brindado una nueva oportunidad para producir no solo más vacunas, sino también nuevos medicamentos para el tratamiento de otras enfermedades.

 Las mejoras en el tratamiento de COVID-19 y el desarrollo trascendental de las vacunas deberían recordarnos la gran necesidad de más apoyo financiero, gubernamental y social para la investigación.  Desafortunadamente, el presupuesto federal para ciencia e investigación en los Estados Unidos se ha reducido significativamente en los últimos años.  Esta tendencia debe revertirse.  Además, se debe alentar a los filántropos a donar más dinero para apoyar la investigación científica.  El futuro de la humanidad depende de la ciencia, no de la política. 

En conclusión, la enorme tragedia de la pandemia de COVID-19 fue en gran medida prevenible. China y la OMS no actuaron lo suficientemente rápido. La responsabilidad de combatir las enfermedades y las pandemias recae en los científicos, por lo que los políticos deben apoyar a los científicos, no al revés. La pandemia de COVID-19 fue una calamidad, pero también creó una gran oportunidad para aprender de nuestros fracasos.  Siempre me sorprende lo poco que aprende la gente del fracaso. *Philip A. Salem es médico e investigador del cáncer en Houston.  Ha sido miembro de un comité asesor ad hoc de atención médica que reportó al presidente George H. W. Bush.

POR PHILIP A. SALEM, M.D.
MÉDICO INVESTIGADOR DEL CÁNCER EN HOUSTON
@SALEMONCOLOGY