MIRANDO AL OTRO LADO

Líderes populistas: víctima o victimario

Trump se niega a reconocer su derrota electoral porque, como dijo alguna vez, “yo nunca pierdo”. Ahora que está en la cúspide del poder mundial su humillación simplemente no es cuantificable

OPINIÓN

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Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al otro lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Por fin ganó Joe Biden la Presidencia de los Estados Unidos. Ahora empieza lo más difícil para el nuevo Presidente: unir a una sociedad profundamente dividida y encontrar nuevos caminos para andar, democráticamente, en medio de grandes diferencias. La pandemia sigue, al igual que la recesión económica, el desempleo y la falta de oportunidades en ese país. Es decir, los grandes desafíos de Estados Unidos no han cambiado. Lo que sí ha cambiado es quién esté al mando del barco.

Y, junto con ellos, y no lo duden, Trump va a querer seguir siendo un factor disruptivo en el sistema político. Ya hay voces que lo urgen a postularse para la Presidencia dentro de cuatro años. Su negativa a aceptar los resultados adversos también es una característica común que comparten los líderes populistas. Nunca aceptan su derrota electoral y se niegan a reconocer a un contrincante victorioso. En su universo existen solamente dos posibilidades: ganar y sufrir los estragos de un fraude doloso. Es decir, ser víctima o victimario.

Los populismos florecen y se fortalecen en la división, el encono y la polarización. Su varita mágica para sostenerse en el poder es la creación de conflictos de la sociedad que abren el camino a la necesidad de líderes mesiánicos y seguidores fanatizados. El centro  de todo poder populista son los seguidores cegados por sus miedos y temores al mundo peligroso que el líder carismático que les ha puesto en frente. Y se rinden ante él, como corderos en sacrificio. Para Trump fue fácil promover el odio al inmigrante de color —cualquier color— y a la competencia económica que amenazaba —él aseguraba— la hegemonía estadounidense en el mundo. Jugó con el miedo del estadounidense promedio al mundo desconocido del inmigrante con otras tradiciones culturales y a perder el imperio que considera es su derecho, no un privilegio que se debe cuidar, nutrir y fortalecer.

La fanatización de los seguidores del líder populista es un proceso fascinante de observar y espeluznante de constatar. Lo que más impacta es como amplios sectores de una sociedad entregan su voluntad a la de un personaje que que ha logrado venderse como la panacea de todos los males. Y vaya que no es una cuestión de observar a los más ignorantes de una sociedad. Las capas medias y altas, económicamente hablando se juntan con los más cultos-intelectuales, universitarios, creadores, artistas, se rinden por igual ante el discreto encanto de canto de las sirenas.

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Ulises, un inteligente gobernante de la antigua Grecia, tuvo que amarrarse al mástil de su nave para no caer en las tentaciones de las sirenas. Siendo gobernante, conocía a la perfección las tentaciones de la autoridad, de los lujos materiales, de la seducción del poder para imponerse a la voluntad de otros, incluso en contra de la voluntad colectiva. La Odisea  escrita por Homero, no deja de ser uno de los ensayos más interesantes jamás escritos sobre el poder, sus usos y desusos y la necesidad de la moderación y sabiduría en su aplicación.

Las reglas de Ulises/Homero sobre el ejercicio del poder son desechadas sin miramientos por los gobernantes populistas en aras de su propio credo. El credo del gobernante populista no es educar y formar con el ejemplo a su pueblo, sino convertirlo en una masa sumisa que adora los hábitos, normalmente perversos, del gobernante-líder, a quien, se exige, se debe seguir ciegamente. Y ese mismo líder demanda obediencia ciega, lo que genera, al parecer, una suerte de paz interior de resignación a toda responsabilidad propia en sus seguidores ciegos, resignados, acobardados.

Trump se niega a reconocer su derrota electoral porque, como dijo alguna vez, “yo nunca pierdo”. Ahora que está en la cúspide del poder mundial su humillación simplemente no es cuantificable. Ha dicho, dicen, que tendrán que sacarlo a rastras de la Oficina Oval. Pudiera tener que suceder así, ante la filosofía populista de que “o gano o me hicieron fraude”.

El líder populista quiere ser victimario o víctima. Se ajusta a ambos papeles cómodamente. Como victimario crea enemigos reales o ficticios, no importa, para lanzar a sus huestes ciegas en su contra. Conceptos como democracia o debido proceso son completamente irrelevantes e incluso son un estorbo para el ejercicio del poder. Abusa del poder al extremo de ejercerlo como un dictador, incluso aunque no lo sea, por la temporalidad de su estancia en el poder.

Pero como víctima la cosa es diferente: exige prácticas democráticas y la aplicación del debido proceso e, incluso, el respeto irrestricto al Estado de derecho. Maneja un discurso democrático cuando se trata de defenderse de lo que considera es un trato injusto hacia su persona, no hacia el movimiento. Y la especialidad de la casa es decir que agresiones a su persona son agresiones al pueblo, porque el líder populista considera que él encarna el sentir del pueblo, cree que es el pueblo.

El populista juega a ser víctima o victimario hasta que el pueblo le pone el alto. Depende de los ciudadanos cambiar el juego.

Por Ricardo Pascoe Pierce

ricardopascoe@hotmail.com

@rpascoep