MARIO MOLINA

Mario Molina, para la posteridad

La investigación que le valió el premio Nobel de Química en 1995, junto a Frank Sherwood Rowland, que explicaba los mecanismos químicos que afectan a la capa de ozono

OPINIÓN

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En el terreno político, fue parte del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología en las administraciones de Barack Obama y Bill Clinton. Créditos: Especial

Los días que corren no son los mejores para el quehacer científico. Con estupor e incredulidad somos testigos de cómo, desde diversas cúpulas del poder político, se construye una narrativa que desestima a la ciencia; negar el cambio climático, asegurar que la Tierra es plana, creer que la pandemia es mentira, oponerse a las vacunas y otra serie de incongruencias que creíamos superadas, han resurgido gracias al discurso de políticos y figuras públicas cuya ignorancia, tristemente, tiene una profunda resonancia en esta época.

Esta semana, el mundo perdió a una de sus más prominentes figuras científicas; una mente ilustre y pionera en la lucha contra el cambio climático; científico prolífico cuyos aportes y legado son invaluables. Mario Molina, prominente químico mexicano, dejó tras de sí una historia digna de reseñar. Su vida fue la del científico comprometido, aquel que lleva su disciplina casi de manera religiosa. Apasionado del conocimiento, nunca escatimó en alzar la voz en pro de la ciencia y sus múltiples beneficios para la humanidad.

La investigación que le valió el premio Nobel de Química en 1995, junto a Frank Sherwood Rowland, que explicaba los mecanismos químicos que afectan a la capa de ozono y cómo estos podrían ocasionar un adelgazamiento de esta, fue un parteaguas y el inicio de una serie de compromisos internacionales, traducidos en el Protocolo de Montreal en 1996, para combatir los daños al medio ambiente producidos por el hombre. La solución global a la problemática de la capa de ozono fue una muestra del acuerdo de voluntades que logró controlar su deterioro, y es ejemplo de cómo debieran atenderse algunos de los retos que enfrenta el mundo actual.  

Junto a este significativo aporte a la ciencia y a la humanidad, el quehacer científico de Mario Molina abarco diversos campos, desde el académico, hasta el político. Formó parte de prestigiosas instituciones nacionales e internacionales, entre ellas el Instituto Tecnológico de Massachusetts, la Universidad de California en San Diego; fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias y del Instituto de Medicina de Estados Unidos y por supuesto, de la UNAM y el Colegio Nacional.

En el terreno político, fue parte del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología en las administraciones de Barack Obama y Bill Clinton. En México fundó el instituto de investigación que lleva su nombre, el cual ha sido fundamental para implementar políticas públicas y medidas que mitiguen el deterioro ambiental de la capital.

Podría seguir la lista de logros y aportes, pero no es mi afán hacer una ociosa recapitulación sino resaltar el carácter y perfil de un hombre cuyas lecciones y trabajo deben ser, hoy más que nunca, apreciadas y difundidas. En un mundo que ve con desdén el valor de la ciencia; en una sociedad en la que la ignorancia parece prevalecer, una mente lucida y crítica como la de Molina es a la que debemos aspirar. El científico, el hombre, se fue, pero su pensamiento debe quedar para la posteridad entre todos nosotros.

JACIER GARCÍA BEJOS

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