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Pastor de la palabra

OPINIÓN

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Instar al Presidente para que deje de acusar y confrontar es pedirle peras al olmo. Sin el discurso de odio, AMLO no sería AMLO. Más interesante es que Carmen Aristegui considere que López Obrador es en realidad Benito Juárez o Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas. La periodista parece conocer muy bien a AMLO. Sin embargo, a raíz de un artículo publicado en Reforma, dio la impresión de que no lo conoce en absoluto. La 4T sólo puede levantarse sobre la confrontación puesto que es un relato ajeno a lo real. La transformación sólo tiene lugar en las palabras del Presidente mediante las que pretende doblegar una realidad indiferente a sus ocurrencias. Dentro de la urgencia por sustituir el mundo real por el mundo de las palabras cabe situar la estrategia de establecer de manera muy visible a los enemigos de la 4T. En esta riña sórdida por abusiva y antidemocrática los medios de comunicación irrumpen como el enemigo a batir. La explicación es evidente: los medios, como el propio Presidente, utilizan las palabras para contar su verdad que habitualmente se opone a la verdad del presidente. Sin palabras no hay 4T por lo que Andrés Manuel necesita secuestrar el lenguaje para construir un México ficcional, el único que puede ofrecer. Una palabra antagonista no sólo cuestiona a su antónimo sino que dinamita todo el relato. La censura a los medios no es otra cosa que la necesidad de poseer el lenguaje a condición de que sea inaccesible para el otro.

Si la 4T consigue hacerse con las palabras, se adueñará al menos de la verdad relativa de cada una de ellas, es decir, de una apariencia de verdad no adecuada para abrirse a la realidad sino para construir la propia. El lenguaje es la primera y última piedra de la 4T: el NAIM, el tren maya, las nuevas refinerías, el combate al huachicol, la guardia nacional, la seguridad, la democracia, la libertad de expresión, etcétera. El discurso del odio de AMLO no está dirigido únicamente para señalar a enemigos, sino sobre todo para confiscarles el lenguaje. La expropiación de la palabra es también la de la verdad, volviéndose el instrumento imprescindible para promover el pensamiento único. Identificar verdad con sacralidad es una vuelta de tuerca más destinada a confinar la verdad no ya en la palabra sino en quien la pronuncia. La estrategia, al final, se dirige a presentar a AMLO como su dueño, como pastor del rebaño que se considera bueno a sí mismo porque tiene la palabra.

Un temperamento autoritario puede ser profundamente democrático. AMLO tiene un carácter autoritario pero ejerce el autoritarismo. El discurso del odio esconde un diseño más perverso: la desposesión del lenguaje de los disidentes y, en consecuencia, su desaparición social puesto que carecen de la herramienta para hacerse presentes.

Diacrítico:  AMLO no respeta la libertad de expresión porque no la entiende, pero aunque así fuera tampoco la respetaría porque rechaza la democracia.