FUGA DE CEREBROS

El Tapón del Darién: La peligrosa ruta de los migrantes que buscan refugio en México

A 10 días de haberse conmemorado el Día Internacional de las Personas Refugiadas como cada 20 de junio, hablar del infierno en el Tapón del Darién es una obligación.

NACIONAL

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La ruta más peligrosa para buscar la vidaCréditos: Especial

Las cifras de personas buscando el reconocimiento de la condición de refugiado en México ha crecido exponencialmente de unos diez años a la fecha, y no es de extrañar que entre dichas personas en movilidad se comente de las adversidades que tuvieron que pasar en su trayecto.

Especialmente del vasto territorio fronterizo entre Colombia y Panamá, conocido como el “Tapón del Darién”, una selva que abarca 266 kilómetros y tan impenetrable que recibe su nombre por ser el único punto donde se interrumpe la carretera más larga del mundo que va de Alaska hasta Tierra de Fuego en Argentina, debido sus desafiantes condiciones.

Hasta ese lugar llegó, desde Venezuela, Laura Patricia con sus dos hijos de 12 y 3 años, después de tomar una lancha desde Necoclí hasta Capurgana, ambas localidades en Colombia y donde cientos de miles de personas migrantes inician la tortura de adentrarse en la selva por ser la única ruta terrestre, y la más peligros, para llegar a los países del norte.

La mujer y sus hijos pasaron a formar parte de esas 250,000 personas que cruzaron la selva en 2022. Ella llegó con la esperanza de hacer el recorrido “en un día”, le dijeron “dos como máximo” le mintieron, cuando la opción de huir de Venezuela y llegar hasta México vía aérea se volvió imposible después de enero del 2022 cuando éste empezó a pedir visas para entrar a su territorio a los venezolanos.  

Y así fue como ella, junto con 300 personas más entraron caminando y cargando víveres, agua, algo de ropa, una olla y una casa de campaña, cargamento que poco a poco fue dejando en el camino porque no podía cargar más, aún cuando algunos jóvenes ecuatorianos le ayudaron cargando a su hijo menor, lo que consideró como una muestra de humanidad en medio de tanto dolor.

Padeció deshidratación, fiebre, golpes de calor; vio como gente resbaló y cayó en barrancos, también cómo algunos ya no pudieron avanzar por las heridas en carne viva que tenían en los pies o por las fracturas de tobillos de otros, quienes sabían que nadie iba a regresar por ellos para sacarles de ahí.

Deseó quitar de la memoria de su hijo mayor todos esos cadáveres que vieron a lo largo de su recorrido, cadáveres a los que un hombre les tomaba fotos y después quiso vender a una organización de caridad para que hicieran un registro de las personas que ya no saldrían.

Al término de su travesía, escuchando las otras historias, agradeció que el grupo criminal que los asaltó, solo les quitó el dinero y no la violaron o reclutaran a su hijo, tal vez por que las mochilas cargadas de droga que les dieron a los de su grupo, sirvieron de “pago” para dejarles pasar.

También agradeció que no haya sido temporada de lluvias porque la crecida de los ríos y el fango no les hubiera dejado avanzar y que ninguno de los miles de piquetes que recibieron por insectos hayan sido venenosos o les hubieran contagiado alguna enfermedad; o peor aún, que se hubieran encontrado con víboras, arañas o algún jaguar muy comunes en esa ruta.

Como cada persona migrante que atraviesa esa superficie que conjuga reservas naturales protegidas y territorios indígenas preservados, Laura Patricia entró siendo una y salió siendo otra, tan fragmentada que repetía una y otra vez que “No lo volvería hacer” porque “no se lo deseo ni a mi peor enemigo” dice una vez que fue recibida en el campamento instalado en Panamá por organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil para atender en sus necesidades inmediatas, así como a las otras personas que logran salir con vida de esa tragedia llamada Darién.

Laura Patricia y sus compañeros de viaje son personajes de mi imaginación, pero sus historias está basadas en diversos testimonios recolectados de personas que han vivido este infierno y que, seguramente, cientos de personas lo viven día a día al cruzar esa selva, en la que se muere en ella o se sobrevive a ella.

Así que desde este espacio se invita a la siguiente reflexión: si en el lugar donde vives, ya sea una ciudad grande o un pueblo pequeño, ves a alguien que viene de Venezuela, Haití, Cuba, Ecuador o de tierras más lejanas desde las que se tienen que cruzar océanos para estar aquí, recuerda que lo más seguro es que hayan pasado por el Tapón del Darién en su caminata para llegar a pie hasta México, así que, si está en tus manos, ¡ayúdales! Cada una de esas personas son un milagro andante que logró sobrevivir a la selva del Darién.
 

Por: Michelle Tejadilla Orozco, Maestra en Derecho Internacional de los Derechos Humanos y divulgadora. Twitter @michtejadillao, IG @abcderechoshumanos