Los perros de raza corgi de la reina Isabel II fueron los más leales acompañantes de la monarca durante casi un siglo, hasta su muerte. Los corgis eran tratados como si también fueran de la realeza, pues vivían rodeados de lujos e incluso tenían a su servicio diferentes personas de acuerdo a sus necesidades.
Los pequeños perros color arena con orejas puntiagudas tuvieron una presencia permanente en la corte de Isabel II, a la que seguían por cada habitación del Palacio de Buckingham, además de aparecer en fotos y retratos oficiales. Y aunque la reina dejó de criar corgis al cumplir 90 años para no dejarlos huérfanos tras su muerte. El fallecimiento en 2018 de Willow, el último de los corgis que había domesticado ella misma, terminó con la aparición.
Elizabeth siempre estuvo rodeada de sus mascotas, la primera de esta raza en llegar a su vida fue "Susan", una adorable perrita que fue obsequiada por su padre cuando tenía 18 años. A partir de ella, los siguientes canes que tuvo fueron descendencia de aquella mascota, es decir todos con linaje real.
Por lo tanto, sus compañeros eran tratados como tal, uno de sus privilegios era que ellos podían tener acceso libre en todo el Palacio de Buckingham e incluso acompañaban a la monarca en eventos importantes y solo viajaban junto a la reina en su avión y podían hacerlo con libre acceso en toda la aeronave y ninguna otra persona podía acercarse a sus mascotas, ni sus propios nietos.
Pero eso sí, solo la reina podía regañar y ordenar a sus perros y a pesar de que tenían todo un grupo de trabajo a su disposición, Isabel se encargaba de llevarlos a caminar al menos una vez al día.
Sala corgi
Los cachorros tienen su propio espacio en el Palacio de Buckingham "La sala corgi", una enorme habitación con cestas de mimbre y sábanas que los empleados deben cambiar a diario, en ese lugar los animalitos podían dormir, jugar y pasar tiempo de descanso.
En cuanto a las fechas especiales, en cada Navidad, Elizabeth daba los mejores regalos a sus perros, cada uno recibía dulces y juguetes especiales
Dieta personalizada
En cuanto al servicio que les era brindado, un chef les preparaba comida gourmet con ingredientes frescos y limpios, además varios empleados se encargaban de darles el alimento, los limpiaban y los paseaban, sin embargo, todo el personal del palacio debía estar atento a sus necesidades.
La reina quería tanto a sus corgis que supervisaba personalmente su dieta diaria, así se describe en el libro "Pets by Royal Appointment" de Brian Hoey, la dieta consistía en un filete y una pechuga de pollo, que se servía todos los días a las 17:00 en punto. La propia reina se convertía en sirvienta cuando regaba el festín con salsa.
En su libro, Hoey sugiere que la monarca prefería la compañía de los animales a la de los humanos. La realeza "desconfía de casi de todos aquellos ajenos a su propia familia, así que las únicas criaturas en las que realmente confían no son de especie humana", afirmaba.
Pero no todos en el palacio de Buckingham tenían el mismo entusiasmo. Se dice que el príncipe Felipe era reacio a estos animales de andares de pato porque ladraban mucho, según Hoey. La reina crió a decenas de corgis en vida y algunos de ellos fueron una fuente de dolor.
Uno de sus favoritos, Pharos, tuvo que ser sacrificado tras ser violentamente atacado por Florence, el bull terrier inglés de su hija, la princesa Ana, en 2003.
Sepultura real
Actualmente no se ha informado cuántos perros sobreviven tras la muerte de Isabel, sin embargo, lo que sí se sabe y siempre fue un protocolo fue el quehacer a la muerte de cada uno de los corgis de su majestad. Y es que los fieles compañeros deben ser enterrados en la finca de Sandrigham y cada uno con su propia lapida.
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